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Néstor (II)



Lo real no puede ser capturado de manera total por las palabras, por lo simbólico. Hay un excedente –que por suerte- da lugar a los malos entendidos, a la imposibilidad de comunicarse, a que los otros sean en el fondo siempre algo ajeno e incomprensible para nosotros. Lo real se impone con la fuerza de cachetada, pero habitamos en lo real y lo transformamos en realidad, en nuestras vidas. Gracias a esto los psicólogos siempre tendremos trabajo, pero eso es otro cantar. 

A veces las personas necesitan juntarse para poder tramitar ese primer sin-sentido que es la muerte, lo pueden hacer en una plaza o en cualquier lado. Hace un año varios de nosotros fuimos a la de Mayo para ayudarnos junto a otros, para llorar junto a otros. La muerte, ese puerto enigmático, en soledad contamina, en compañía hace el trago menos sólido. 

No hay que hacerse demasiado los cancheros, los rituales de pasaje tienen una razón de ser, pregúntenle si no a quienes no han podido enterrar a sus muertos. 

Recuerdo el día de su asunción en 2003, gritando como un gol cuando se tiró hacia la gente y al rato se cortó la frente. El tipo tenía algo, una vitalidad, una energía (término impreciso que no me gusta usar pero creo que en él se aplica) que contagiaba más allá de lo que luego diría y haría. Hay cosas que suceden en el registro de las sensaciones que no se pueden poner en palabras. De ahí hacia adelante, para muchos, es historia conocida. 

Estoy teniendo un diálogo interno sobre si repetir algunas cosas o no, pero si vuelven debe ser además de que no tengo muchas ideas, de que algún peso mayor deben tener, y este tipo a pesar de que fue muy verticalista en su toma de decisiones, siempre lo hizo para quienes más lo necesitaban. Y esto es insoportable para parte de la sociedad, ¿cómo soportar que un camionero gane lo mismo que un jefe de una empresa mediana tirando a grande? Un camionero, alguien que recoge la basura gana lo que nunca podré ganar y no me importa. Si hay gente que tiene cada vez más futuro y más derechos, yo me alegro por mi país. 

Los que estamos cerca de los 30 –para arriba, para abajo- hemos visto  quizás a la última generación (nuestros padres) que pudo tener su “ascenso social” de clase baja-media baja a media a través de la educación universitaria, y podemos sentir en el cuerpo lo que le pasa al país y entender a quienes están más desprotegidos. Yo recordaré siempre las lágrimas de mi madre no sólo en Diciembre del 2001, sino cada vez que la injusticia golpeaba al pueblo trabajador, y ese eco del sentir y de entender que donde el Estado cerró los ojos, hay alguien que está sufriendo.  Agradezco a la vilipendiada educación pública por haber ayudado a entender esto. 

Hace unos días le decía a un amigo que se quejaba por las idioteces que cantaban unas nuevas bandas indies, que cantaban/hablaban de eso porque nunca habían tenido miedo. Él, que había vivido en carne propia el vértigo de no saber si estaría vivo el mes siguiente, lo entendió perfectamente. 

Ayer leí una frase de Silvia Bleichmar que decía: “A veces bromeo y digo que la única razón para tener un hijo es para no morir de amor propio”. Y bueno, también se pueden tener hijos simbólicos: las luchas por un país más justo, por unos ideales, por dignidad. Porque toda persona, por más mínimo que sea, que sienta que ha recuperado un poco de su dignidad, significa que aún no está derrotado, que en sus propios términos entiende que vale la pena vivir por algo. 

Y eso es uno de los legados de Néstor, y si no, que se lo cuenten a estos tipos con cascos.

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Pensar junto a otros


Ya se ha dicho aquí, lo insoportable es estar a merced del capricho del Otro. Y cuando este Otro tiene la representatividad de un 54% del electorado, la posibilidad del hartazgo, de sentirse títere en un juego del que no se quiso formar parte, que no le divierte y no eligió, sienta las bases para campañas y malestares que ya han visto pulular no sólo en medios, sino en cualquier persona que rechace este Gobierno. “Que son campanas de palo las razones de los pobres” decía el Martín Fierro. Hay quienes no están de acuerdo con el rumbo que está tomando este país (los que se informan), otros no están de acuerdo con los modos de liderazgo, con el aire de autosuficiencia de la excelsa oratoria de Cristina, se enervan ante los casos “evidentes” –pero aun no probados- de corrupción, del estilo de Moreno, de las camperas de cuero de los Moyanos, etc.

Existe una tarea muy ardua que es saber deslindar prejuicios , sensaciones, de argumentos. La posibilidad de diálogo fructífero se realiza bajo un pleno reconocimiento del otro como par, como un igual al que se respeta y llegado el caso, puede ser un adversario de ideas, de cosmovisiones. Ya sabemos adónde se puede llegar si no se entiende que el otro, aunque radicalmente distinto, es un compañero de existencia. El problema es sonar aleccionador o como portador de La Verdad. Tan sólo es una verdad entre otras, tan simple y tan difícil de llevar a cabo.

Este 54% obviamente no es homogéneo, sabemos que la coyuntura favorable ha atraído algunos votos volátiles, habrá que ver cómo se establece la relación con ellos, aunque es apresurado hablar de eso, es un tema para por lo menos las legislativas próximas.

Flaco favor hacen a bajar la irritabilidad los comentarios de quienes se están subiendo al caballo cuando todavía no saben qué es un caballo, que come, dónde vive. Y no es por una falsa modestia, al contrario, evitar flancos –aunque endebles- de ataque es toda una virtud estratégica. Asi como durante este año el Gobierno hizo un poco la plancha y no desató grandes frentes de conflictos (como fueron la ley de matrimonio igualitario y la de medios) para no desgastarse, aunque uno lleve un pequeño talibán en su ser, no hay que caer en la trampa no sólo discursiva sino real, ya que como todos sabrán, en una discusión entre dos donde uno grita y otro no, aunque tenga razón, un jurado de sentido común le daría la derecha al que mantuvo la calma. 

Marcelo Bielsa ha dicho alguna vez que él hace los cambios en su equipo cuando gana, bueno, si esto en algún punto es un partido, y existen momentos más propicios que otros para realizar cambios, es éste, la victoria requiere de una hidalguía y de una sinceridad proporcional a la de la derrota, con la diferencia no menor que es detentar el poder de tomar decisiones efectivas. Después de Diciembre: minería, glaciares, aborto, retenciones, Iglesia, salud pública, gestión cultural, inflación, algunos puntos que se me ocurren que hay avanzar.

Ha pasado algo en los últimos años que se comprende por qué es irritante: ya no se puede ser neutral, ya no es bien visto no tomar -aunque sea un poco- partido, decir qué se piensa sobre distintos temas, y eso es un fenómeno que ha posibilitado este proceso, una de las tantas visibilizaciones conseguidas.
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Ya habrá tiempo para dormir

Ayer mientras estaba en la Plaza de Mayo trataba de imaginarme –sin suerte- el momento en que Cristina estuviese a punto de dormirse, de apagar de la luz, sus hijos durmiendo en otras habitaciones, ella rodeada por la multitudinaria presencia de su ausencia y con la obligación de conciliar el sueño. ¿Cómo dormirse después de haber sido la protagonista de la consagración electoral más contundente que recuerde la democracia? (No sólo por el caudal propio, sino por la diferencia con el segundo), ¿De dónde sacar las fuerzas para levantarse al día siguiente? Esa es una pregunta que muchos nos hemos hecho cualquier día de nuestras vidas a partir de los –digamos- 17 años. Ella ayer dio algunas de sus respuestas en la plaza, como los jugadores de fútbol veteranos que vuelven luego de haber logrado grandes cosas a retirarse a su club de origen: los mueve la gloria.
Y esta gloria en este caso es profundizar el camino que se ha comenzado a recorrer desde 2003, pero sobre todo, dejarlo lo suficientemente fuerte para que funcione más allá de ella y de algunos pilares de su estructura. La apuesta es afianzar la máquina y que aunque sea  casi imposible, dependa cada vez menos de nombres propios (ahí está por ejemplo otro debate que se podría dar: presidencialismo o parlamento, pero bueno, de a una cosa por vez, primero desfinanciar un poco a la Iglesia).

Pensar que uno a veces se siente abrumado por responsabilidades o por el cansancio, ¿cómo debe ser tener encima  los ojos amorosos de más de la mitad del electorado nacional?
Este proceso ha revitalizado al país en su multiplicidad de sentidos: económico, material, simbólico, desmilitarizó la palabra “patria”, creó las condiciones del crecimiento y de la multiplicidad de voces, limpió la idea de que toda política es necesariamente sucia y hasta permitió que la Izquierda creciera un poco. Porque no nos engañemos, este crecimiento de la Izquierda se debe en gran parte a este Gobierno, que desenmascaró a quienes representan al pasado, a quienes representan los intereses neoliberales de la ganancia, de la empresa, de sálvese quien pueda y en esa maniobra también posibilitó el escenario para que la nobleza –algo ingenua- de la Izquierda fuera visible. Y la Izquierda tiene un plan de gobierno, así como el Socialismo, se los puede y debe reconocer como compañeros de ruta en la construcción del país y escucharlos y hacerlos partícipes, sobre todo ahora que habrá mayoría en ambas cámaras. Con esto no digo que a los radicales y los del PJ disidente –o lo que sea- no haya que tenerlos en cuenta, eso está descontado a esta altura de la edad política del país, pero lo que si hay que hacer es no dejar pasar ninguna, con esa mesura un día alguien te levanta la voz, al siguiente te aprieta el brazo y al tercero te da con un palo en la cabeza. Todo debe ser bajo la luz de las ideas y las propuestas, el país de la obstrucción debe ser enterrado.
En este sentido, un párrafo para tres personajes que han dañado (e intentado más) la institucionalidad democrática: Cobos, Carrió y Duhalde. Del primero no quedará nada, será la sombra entre las sombras y retornará a su profesión matriculada, ya no le queda aval ni en su provincia. De la segunda, bueno, pasó de sacar el 23% de los votos en las anteriores elecciones a este menos del 2%. No amerita ningún comentario, sólo una sonrisa burlona Y al tercero: Batán

Supongo (y espero) que pronto Cristina podrá volver a decir “Néstor”. Todavía está cumpliendo su duelo. Está registrado que en algunas tribus existía un miedo atávico de mencionar el  nombre del muerto para evitar desgracias, para no perturbarlos en su camino hacia el mundo de los muertos, así como en algunas religiones no se menciona al Creador en vano. (Que los antropólogos nos den letra.) El nombre es mucho más que una palabra. 

Dejo este hotel rosarino, voy a caminar antes de ocuparme, ya  no me pregunto cómo hizo para levantarse hoy porque la respuesta está fuera de ella: hay millones que todavía la necesitan.

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El pasado

Cuando un padre llega al punto de gritarle a un hijo para que le haga caso, denuncia su impotencia. Cuando un padre con tan solo mirarlo lo pone en su lugar, sabe que tiene –momentáneamente- la batalla ganada. Es la diferencia crucial entre pretender ser y representar la ley. “Porque yo te lo digo, porque yo soy tu padre” tiene el carácter de lo autoevidente para el padre, pero a los ojos de quien es ubicado, intuye que  allí hay algo que no termina de cerrarle. Eso se aprende muy rápido, todos hemos pasado por esos ribetes de uno y de otro (algunos) lado del mostrador.

Muchas veces toqué el tema del padre en el blog (al menos acá, acá y acá) y este domingo de elecciones tenemos un caso emblemático de un candidato que a pesar de haber intentado ponerse el saco de su padre, éste le ha quedado grande. El hábito no hace al monje.

Se sabe que ganará frenando Cristina, pero no por cuánto y con qué porcentaje, eso es interesante para todo el mapa político a corto y mediano plazo. Desde ya tenemos que estar advertidos de los próximos problemas que habrá que resolver, y éstos vendrán del frente interno, los problemas del crecimiento también existen, y gran parte creo que los  traerán los que se subieron al carro hace poco. Ahí tendrá que estar la muñeca. 

Cristina ha hecho un evidente esfuerzo por despegarse de la liturgia peronista, de que el aparato se invisibilice un poco. Su campaña para la reelección fue invocando casos puntuales, reales, con el mínimo indispensable de maquillaje que exigen los cánones para salir en televisión. Cualquiera que pregunte por esos casos  podrá ir a corroborarlos. La prepotencia de trabajo. Lo real se impone a la realidad.

Pero este parlamento comenzó con la alusión a Ricardito. Vemos en uno de sus spots televisivos que le habla directamente a Cristina, que en teoría le dice lo que nadie se atreve a decirle, y que frenará el –inexistente- intento de reforma constitucional para que imponga la reelección indefinida, que no va a dejar que malgaste la plata a los argentinos, en definitiva que no va a dejar que se adueñe del país. “Con todo respeto, no le creo nada”. Su prueba es la fe. Ajám. Unimos este spot con el anterior donde se lo ve agitando  el brazo y nos preguntamos: ¿Cómo hará Ricardito para frenar todo eso? Para frenar acciones se necesita ejercer algún tipo de fuerza, ¿no? Algo de poder, al menos simbólico. ¿Cuál sería la fuerza de esta vetusta UCR? ¿Cómo reaccionaría Cristina ante la mirada de Ricardito? “buá” diría la crispada de Ruiz Guiñazú. A éste no le queda ni el honor –ese que tanto exprimen e invocan en vano desde su seno- de reconocer que esta presidenta homenajeó en vida a su padre con total justicia, esta pobre versión de un político que se alió con el colorado para ver si así podía conseguir un alguito más.

Hoy hay una certeza de dónde está el pasado, dónde el presente y dónde el futuro, quizás como nunca antes. Pero sobre todo, quiénes lo representan. La política ha vuelto al centro del ring y cada vez más la coyuntura presiona para que cada uno deje sentada su posición. Ya decir que no te importa la política si tenés más de 20 años te relega al mismo lugar que decir que no te importa la música.

Una breve cita a un texto (“producción de subjetividad y constitución del psiquismo) de la gran Silvia Bleichmar:

“Sabemos que es muy discutible que las formas de la moral tengan carácter universal. Y una ilusión que hemos debido abandonar, y que tuvo mucha preeminencia en el ejercicio del psicoanálisis de la segunda mitad del siglo XX fue la convicción de que alguien que aparentemente era un inmoral, en realidad tenia reprimida la culpa o se defendía de una angustia extrema, cuando el tiempo nos ha demostrado que esto bien puede no ser así –al menos, ni culpa ni vergüenza parecen existir en estar reprimido ni producir síntomas en tantos sujetos que hemos visto desfilar por la historia argentina de los últimos treinta años.

Por otra parte, estos mismos sujetos se pueden melancolizar si pierden el dinero o el poder, dando cuenta que su escala de valores está regida por otros enunciados que aquellos que nos constituyen. Sin embargo, más allá de esto, es indudable que las condiciones de existencia de una sociedad no se proyectan hacia el futuro sin una cierta universalización ética, que opera como imperativo categórico para el universo de sujetos que engloba”
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El viernes un padre (de verdad, no de spot) me contó orgulloso -con los ojos húmedos- que ahora cuatro de sus seis hijos tienen netbooks gracias a que permanecen en la escuela y que ellos están muy contentos,  que ahora tiene una preocupación nueva, la de ver qué compañía de internet le conviene contratar.

Falta mucho –menos-, pero si hay cada vez más personas que pueden asomar un poco la cabeza  desde el  olvido al que habían sido confinados, no hay dudas de quiénes tienen gran parte de la responsabilidad y de cuál es el camino a transitar. "buá", todo esto dependiendo de cómo entiende usted (y su corazón) a quien no es como usted. 
 


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El impresentable

Se habrá topado usted lector con un alguien al que habrá calificado lisa y llanamente de impresentable. ¿Cómo no se da cuenta? Se preguntará mientras contempla absorto al sujeto ese desempeñarse en su desajuste social.

Al estar en presencia de un Impresentable podemos sufrir (no estamos a resguardo de ser vistos como tal) al menos dos efectos: uno sería el de vergüenza ajena e inacción: trampa mortal, doble castigo por dejarnos someter por ese amigo de tu amigo que recién conocés y te abre la heladera. O el dueño de la casa que alquilaste legalmente y se instala unos días de visita porque si, porque puede. Pero puede también porque lo dejan. Si quien detecta a un Impresentable se la deja pasar, bien podría designarse de la misma manera por su conciencia. En este caso el saber popular tiene asidero: el que calla…

El otro sería tomar al Impresentable por las astas y tratar de ubicarlo. Sabemos por experiencia que una caracteristica de los Impresentables es una tozudez envidiable, una crapulenta persistencia en ser. Por lo tanto nuestras prédicas pueden caer –y caerán- en saco roto, pero al menos podremos estar aliviados que lo intentamos.

Hay tantas verdades como palabras en estos líneas. La verdad propia, la conocida, la ignorada que nos corre. ¿De qué estará hecha la verdad del Impresentable? Seguramente de algo muy distinta de aquel que la sufre. Pero a veces tenemos raptos y pescamos la particularidad. Si el inconsciente está en la superficie y se presenta como latigazo, como ruptura, pensemos que el Impresentable presenta su impresentabilitud con transparencia,  tras su primer saludo podemos ver sus rasgos.

A veces no es fácil transmitir qué cosa de alguien es lo que lo hace Impresentable, pero si estás con tu amigo o parroquiano, se sabrá con una mirada. Si resistimos, si podemos sentarnos a la sombra del espíritu freudiano (que está compuesto entre otras cosas por esperar, ver, leer, escuchar y deshacer antes de hacer) nos haremos una panzada con el Impresentable.

Es fácil moverse entre lo conocido, es más, la inmensa mayoría sólo quiere moverse en el camino arbolado, la ruta que como perro se recorre con los ojos entrecerrados. En cambio, entréguese a un Innombrable, mirelo a los ojos, atemoricelo, reduzca los pasos de distancia y apoye el cañon sobre su hígado, verá cómo se reconforta.

O al menos, escriba (O haga un plano) como yo en una servilleta mientras un Impresentable trama en su guarida su siguiente fechoría, usted que ya vivió lo suficiente como para dejar de preguntarse tan seguido por qué teme lo que alguna vez deseó. 
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