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Ruido sordo



Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra. 

JLB. “1964

Las cacerolas han perdido la fuerza simbólica de protesta con la que emergieron. Diez años de crecimiento  sostenido con inclusión social marca que otra es la coyuntura. Las cacerolas que encontraron su razón de ser en la intersección entre  los ahorristas enojados del 2001 y las personas en los piquetes que reclamaban por el hambre y la exclusión extrema a la que estaban siendo sometidos, hoy ven el símbolo mancillado. 

Las cacerolas representan por excelencia, en el imaginario instituido, el elemento en el cual se cocinan los alimentos. Una cacerola vacía entonces representa la falta de los mismos. El ruido que produce al ser golpeada es en general un ruido seco, sin melodía. Ninguna voz puede subirse armónicamente sobre ellas.
Una cacerola no representa la lucha contra la corrupción, contra el autoritarismo, contra las restricciones al dólar, contra la inseguridad, contra la delincuencia, contra un currículum vitae, contra un vicepresidente sospechado de negocios pocos claros (no procesado), contra un modelo de pensar y llevar adelante un país. No, una cacerola no dice nada acerca de eso. Lo tienen que decir las personas que se manifiestan o sus voceros, en este caso los medios que se sienten representados (e incitan a) por estas expresiones que todo parecería indicar, aun poseen un nivel de convocatoria bajo. 

“Los vecinos” -una expresión  aun más ideologizada que “la gente”- pueden hacer y decir lo que quieran, pero si algo ha quedado en evidencia en estos años recientes es el intento de ver qué ideas representan, cómo entienden el mundo, que idea del rol del Estado tienen, qué piensan de los gremios, cómo les cae Lanata, cómo les sienta la democracia, los procesos judiciales, la revaluación fiscal de las tierras, la redistribución de la riqueza, el impuesto a las ganancias, etc. Si este Gobierno tiene algo de “autoritario” es haber creado las condiciones para que toda persona mayor de edad –digamos- se sienta eventualmente compelido a reconocerse como un sujeto político cuyas acciones y pensamientos son pasibles de ser confrontados por otros. Y eso es un gran logro. 

Desterradas las ideas de objetividad e imparcialidad donde descansan los cobardes, es entendible que el sector que no lo votó sienta a este gobierno como un gran Otro que hace de ellos lo que quiere. Y como dijimos muchas veces, lo realmente insoportable es sentirse a merced de la voluntad del Otro. Pero si ese Otro intenta con vehemencia y convicción –aunque fallidamente a veces-  hacer el país un poco más equitativo, bueno, qué importa no poder comprar tantos dólares, comprar tecnología extranjera, finalmente: anhelar lo que no somos. 

Las plazas están para ser ocupadas, los símbolos para ser creados y recreados, la participación política –en un sentido amplio- es la arena innegociable para el debate de ideas. Pero a no hacerse los distraídos, estar en un lugar no te deja estar al mismo tiempo en otro.  Las cacerolas suenan de distinta manera según quien las aporree.  Hay símbolos que se resisten.

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