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Fui al río



Pienso en ríos. Me gustan, siempre me gustaron.  

Tienen algo de sartreanos con eso de estar dándose la existencia todo el tiempo lanzados hacia el futuro. 

Un rio está siendo. Nunca es  igual ni a sí mismo ni a otros.

Todavía no entiendo de dónde vienen. Lo sé como información pero no lo creo. Lo reniego. No pueden formarse por el deshielo, debe ser un mito. Y digo este origen  porque esos fueron mis primeros ríos, los patagónicos.

Recuerdo momentos de terror nadando por los brazos equivocados del Neuquén a pesar de ser -en aquel entonces- un avezado nadador. En los remolinos se siente el animal que es y que te tira hacia abajo y busca ahogarte. Los que saben dicen que hay que esperar a que te escupa  y nunca luchar para zafarse porque es inútil y te ahogas por la desproporción bíblica de fuerzas.  

¿Cómo habla un río? ¿Por qué no le gusta la lluvia? ¿Preferiría ser otra cosa? Silencio, el idioma de Dios.

Pensé en la canción de Suárez, la de los hermanos Berbel, el cuento de Cortázar, el poema de Ortiz, la canción de Ramón Ayala, el libro de Saer,  en los dementes cantos de Maldoror, en algo que escribí hace un tiempo.

Pero ahora al borde de la noche vislumbro un río de Santa Fe en un íntimo contacto con el  polvo y recuerdo  las horas que abracé las aguas para llegar a esta habitación. 

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