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A sangre fría

Cuenta Norman Mailer que cuando comenzó su investigación para escribir “La canción del verdugo” (la  genial novela que rivalizó con A Sangre fría de Capote) y  se topó con las cartas que el protagonista de la historia le había escrito a su amada, tomó la decisión estética de que nada de lo que él escribiera, debía superar la belleza del estilo de Gary Gilmore. Es decir, que El Gran Bocón debería adentrarse en una batalla para despojarse de su complejo uso de la gramática, sus adjetivaciones demoledoras, todo artificio aprendido en pos de un estilo de hombre-de-a-pie que encandilara por brutalidad. De más está decir que lo logró. La novela es apasionante

Llegar a dominar el lenguaje (siempre dentro de la literatura, claro) de tal manera sólo puede realizarse después, no al principio. La simplicidad, esconder los hilos del entramado, es una ardua tarea que suele encontrarse con el tiempo, por eso él dice que no da mucho valor a Los Desnudos y los Muertos porque copió el estilo de los grandes autores norteamericanos, que su propia voz tardó en hacerse presente algunas novelas.

Me siento a escribir al filo del día con un par de ideas en busca de un ritmo, como muchas veces, en apariencia sin conexión.

Algo que me hubiese gustado contarle para molestar a una persona que molestaba a otra (“con las mejores intenciones”) en el subte: el inconciente no es otro sujeto, es lo contrario al yo, las lógicas que rigen uno y otro son excluyentes entre sí.  Por eso es imposible sostener la creencia de que en el interior de cada uno de nosotros haya alguien –como se dice desde una perspectiva que degrada y vulgariza la cuestión– que quiere lo opuesto a lo que aparentemente queremos (si odiamos es porque “en realidad” amamos, si somos generosos es porque “en realidad” otro egoísta dentro nuestro quiere tenerlo todo, etc. Otorgarle una intencionalidad equivalente a la de conciencia al inconciente es una falacia que se reproduce en esa popular música que es tocar de oído. La cuestión no es transparente.

Mailer se preocupó por la existencia del inconsciente, leyó un poco a Freud pero desde un lugar de curiosidad, admiración, deber ser, literatura fantástica. Tiene sin saberlo (una de sus definiciones) muchas ideas muy potentes que son temas tratados por el psicoanálisis en su vasto abanico. Pero el psicoanálisis no lo es todo. También hay prefreudianos ( y sartreanos) que viven más o menos como cualquier otro que acepte la hipótesis del inconciente, incluso los hay algunos  como Gary Gilmore que después de asesinar sin motivo aparente a dos personas, pidió que lo mataran según cumplimiento de las leyes vigentes en Utah en 1977. Y nadie quería matarlo.








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