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Amigo piedra


Ya pasaron cinco años pero puedo sentir el demencial frío que viví como si hubiese sido hace un rato. Me habían regalado la entrada para los Chemical Brothers que tocaban en la Costanera de Capital. Ella estaba presente cuando me la regalaron y obviamente quiso ir –ella tiene esa cosa de infante que ve y quiere y el no no es una respuesta posible-. Empezamos a planear la ida como si nunca hubiésemos ido a un recital, nos retroalimentábamos como si fuésemos a ver los Beatles.

Lejos de eso, el plan previo era lo que nos entusiasmaba, ella –aunque cada vez menos- suele verse invadida por un furor ingobernable con el que logra movilizar a medio mundo para que se haga su ley –yo lo manejo bastante bien y por ende es con el que más se pelea-.

Ese día arrancó temprano, yo tenía las llaves del departamento de un amigo donde podíamos hacer la previa, y así fue, nos tomamos no se cuántas latas de Speed, salimos con tiempo porque teníamos que pasar a buscar su entrada por no se dónde. Cada algunos minutos; en la calle ella quería correr así que corríamos, a veces saltábamos enlazados nuestros brazos como Heidi, bamboleándonos en un paso que no se me ocurre cómo describirlo de otra manera. La gente miraba pero estábamos tan excitados que poco importaba hacer el ridículo.

Buscamos su entrada, le preguntábamos al chico de Capital que bondi teníamos que tomarnos para ir, nos dijo uno y fuimos a esperarlo. Yo decía que teníamos que pararnos de un lado de la vereda y ella de la otra. Discutimos. Yo le dije que esa no era la vereda sino la del frente, pero no hubo caso. Subimos. Ya habían pasado como 20 minutos de viaje y yo me daba cuenta que ciertamente no íbamos para el lado correcto. La mandé a que le preguntara al colectivero. “Yo termino en Lanús” dijo. La puta madre. Nos bajamos. El acelere se mezclaba con las puteadas, las risas y el lamento por haber perdido tiempo y las amenazas de que si llegábamos tarde era su culpa.

Nos tomamos el bondi correcto, la noche se había cerrado y se venía la lluvia, ya hacía mucho calor. En mi manía de no estar nunca muy abrigado para no cargar el abrigo en mi mano; estaba con una remera manga larga nada más, ella ya no recuerdo.

Llegamos. Corrimos. Nos ubicamos bien adelante. Empezó el show y entre la masa pensábamos que nos íbamos a morir ahogados de calor y cinismo. Por suerte al segundo tema se largó a llover de manera obscena, como si el cielo se hubiese partido. Eso nos trajo alivio, tanto alivio en medio del bienestar y las buenas canciones ella consiguió un novio parecido al ex.

Terminaron y no tocaron el hit de aquél momento, la gente se fue corriendo a guarecerse, otra salió del predio como pudo y muchos otros se tiraban de cabeza por una lomita que tenía el predio.

[Escena perdida]

Salimos absolutamente mojados, cuando digo absolutamente es literal, no había parte alguna sin agua, el viento de la costa soplaba intensamente, la temperatura había bajado mucho y esa combinación nos sumergía en un frio escandaloso. Ella seguía con su acelere y una alegría desbordante fuera de contexto. Mi felicidad ya había pasado y sólo me preocupaba que en la misma parada del bondi había 200 personas más que no nos dejarían subir nunca.

Éste era el tenor (reconstrucción) de nuestras conversaciones, entre alguien que sabe que están cayendo bombas y dice de ir al refugio subterráneo y alguien que dice que la guerra es mala.


-¿De qué te reís? ¿Sos idiota?

-(risas)

-¡Me muero de frío! (mientras trataba de despegar la remera de mi cuerpo y cada tanto me reía internamente)

-(risas)

-¡Es el mejor y el peor día de mi vida! (risas)

-(risas)

-¡Vamos a saltar la reja de Aeroparque así nos llevan preso y al menos nos sacan de nuestra miseria!

-(risas) ¡Pará de quejarte, yo no se si se me desbordó el tampón o que!


Reímos mucho, decidimos ir a hacer la cola para los taxis, cola que hicimos más de una hora, donde a ella le cayó la ficha de lo que estábamos pasando y empezó a sufrir a mi par, momento en que ambos ya estábamos regalados a la buena del azar. Para colmo no teníamos mucha plata y nos íbamos a dormir a la casa del amigo que vivía por Congreso. Tomamos el taxi, llegamos, nos ayudamos a sacarnos la ropa, tomamos un té envueltos en frazadas, el amigo Nestor había dejado las camas hechas. No tardamos mucho en dormirnos.

Cuando me desperté a la mañana ella estaba sentada en la cama con una minúscula remera verde con dibujos animados sobre ella y una gran sonrisa.

-¿Ya lo podés creer? –me preguntó.

Yo tenía un intenso dolor en el gemelo de mi pierna derecha, una contractura tremenda y le dije: (luego se lo adjudiqué a los salto Heidi style)

-Me lesioné durmiendo.

Reímos.
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Encerrado afuera


No encuentro mejor expresión que esa para definir la situación de quedarme afuera de mi casa sin las llaves. Un oxímoron no puede explicarse, al igual que un chiste, si lo hacemos pierde su fuerza. Tenía el tiempo justo para pasar a comprarle un regalo a mi hermana por todos los favores que me había hecho y llegar a la terminal a horario para tomarme el micro y no llegar tarde a ese lugar al que no se puede llegar tarde.

Tenía otras llaves además de las mías en mi casa –las de otra- y eso desató la pequeña desgracia. Ese puñado de bronce es idéntico al mío en cantidad de llaves y en que no tienen llavero.

Salí del departamento y cuando quise abrir la puerta que da a la calle noté que había agarrado las llaves equivocadas. Maldije. Probé con esas sin suerte. Intenté abrirla con una tarjeta – ¡como había podido en otra puerta! pero obviamente no abrió. El tiempo me corría. Llamé al encargado, no atendía. Se me ocurrió pedirle a mi vecina que me dejara pasar a su patio y desde ahí saltar al mío para ver si por esas casualidades desde la ventana podía ver las llaves sobre la mesa. Me atendió y me dejó pasar incluso sin reconocerme del todo. Tardó un minuto en darse cuenta que era su vecino, su octogenario marido me trataba de usted –ella no-. Ella fue muy amable y me puso una silla para que pudiera saltar. Me sentí un niño trepando paredones y saltando entre hierros, cables, muebles y abriendo ventanas. Esa agilidad de trepar árboles no se olvida con facilidad.

No hubo suerte, no veía la llave por ningún lado y la señora desde el otro lado me hablaba sin cesar y yo no quería dejar de responderle, pero no le entendía que me decía. Desistí y volví a saltar el paredón. La mujer me decía que ya mis hermanos y mi padre ya habían saltado el paredón una vez cuando yo no estaba para hacer no se que cosa. Estaba equivocada, a la tercera vez que lo recordó le dije que yo era un inquilino, que no tenía nada que ver con los dueños. Salí agradecido y con los pantalones manchados, en Recoleta me esperaba un tipo que se viste con chaleco todos los días.

Salí decidido a hacerme robar por un cerrajero para que abriera mi puerta, pero por suerte encontré al encargado amigo. Le conté lo que había pasado y que era la primera vez en tres años que me sucedía. Se acercó y con un destornillador la abrió en menos de un minuto. Incrédulo le dije que qué fácil había sido y que muchas gracias, el contestó que no siempre había sido encargado y que me convenía estar en buenos términos con él. Reímos y me pidió como devolución de favores cambio en monedas para el colectivo.

Ya dentro de casa las llaves seguían sin aparecer. Mientras había estado afuera me había fijado en mis bolsillos para ver si no las tenía, en el bolso, nuevamente en los bolsillos y estaba convencido de que estaban en el interior del departamento, pero yo estaba ahí y seguían sin aparecer y tenía cosas por hacer y cada vez menos tiempo. Fui a la habitación, volví y nada. Volví a revisarme los bolsillos y por primera vez sentí un bultito en el bolsillo trasero, detrás de la billetera. Ahí estaban, habían estado todo el tiempo en mi periplo de búsqueda y yo sin notarlo.

Me sentí bastante idiota y salí apurado, alcancé a contarle al encargado y éste rió junto al del edificio de junto. Finalmente pude comprar el regalo y llegué exactamente al límite de la hora que podía llegar a ese piso de Recoleta.

Ahora bien, esto me hizo pensar un rato. Por un lado está mi “olvido” de las llaves, durante un tiempo las pensé encerradas dentro de mi casa, aunque no estuvieran. Por el otro, yo nunca las olvido ni las pongo en el bolsillo trasero, pero hubo algo que actuó como una disrupción y generó el “olvido”, y yo digo que eso mismo tiene ni más ni menos que la estructura de un lapsus, es decir, una formación del inconsciente, y una radical experiencia del mismo, es decir: no saber que lo que sabemos. Y ya siguiendo a Lacan, cuando rodeado de estudiantes de Filosofía le preguntaron por la ontología del inconsciente, si éste era del orden del ser o del no ser, el muy pícaro dijo que era del orden de lo no realizado.

Y para Lacan el inconsciente no tiene ninguna profundidad, está en la superficie y aparece en los huecos, en las irrupciones del discurso o en por ejemplo un olvido, el inconsciente es pulsátil, se abre, se cierra y no pide permiso.

Dejo para mi las múltiples cadenas asociativas que luego pude darme cuenta que convergen en esas llaves, en esas puertas, en esos días, en esos viajes, en esas terminales, en el conjuro sutil de sus manos.



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Un elefante se balanceaba


No tenía consigna, sólo una breve indicación de que tenía que hacer un trabajo que diera cuenta de mi paso por el hospital, por aquel Servicio donde me empapé –quizás no sea la mejor elección de palabra- tanto de términos ginecológicos, obstétricos, nutricionales para finalmente poner los pies en el balde que más me interesaba.

El trabajo era parte del cierre formal para tener la papeleta que diera cuenta de mis meses ahí dentro. Tenía que presentarlo y defenderlo. Dos días antes me llama mi tutora pidiéndome que cambie los verbos y los pase a condicional, que edulcore un poco el tono de mis palabras. Lo revisé y tenía razón, había cosas que no hacían al caso y que deberían aparecer como hipótesis, pero ese pedido político de edición me dejó un poco preocupado y esa noche dormí bastante mal.

Lo retoqué, lo bañé con condicionales, fui más condescendiente y lo envié. Mi tutora me dio el visto bueno. Ayer me presenté ante un grupo de 5 médicos que ya habían leído mi trabajo –con las reformas- y que antes solían sonreírme el 80% del tiempo que me miraban. Bueno, sus caras estaban cambiadas y se parecían más a profesores tomándole examen a alguien que sabían que no podían desaprobar aunque quisieran.

Dije que iba dejar las cuestiones personales hacia el final de la exposición y me centraría en el trabajo que había hecho, que constaba en algunas generalidades sobre el trato con adolescentes, sus características, su particular uso del tiempo y luego me centraría en dos puntos que había notado que quizás no funcionaban bien en esos consultorios y en ese trabajo interdisciplinario. “Hipótesis” dije varias veces abriendo el paraguas.

Bueno, hubiese necesitado uno antibalas, porque eso fue lo más leve con lo que me tiraron. Me atacaron con una vehemencia inusitada, como si hubiese tocado una fibra que se pensaba a resguardo y en secreto. En vano traté de explicarme que no se trataban de cuestiones personales, mientras la psicóloga amiga me tiraba sogas todo el tiempo pero no me hundía ni un poco, seguía firme en lo que había dicho, no porque tuviese razón sino porque ellas no me podían escuchar. No me interesa tener una razón o defenderla, casi siempre creo que estoy equivocado, pero verlas tan agresivas sólo me serenaba más y más.

La que primero se retiró me dijo que no nos íbamos a ver más, antes me había dicho que a la nueva rotante la sentía como parte de la familia –en cambio a mi no- y pidió que le explicara por mail porque no había entendido a qué me refería cuando hablaba de los riesgos que acarrea la psicologización de los términos psicológicos, su conversión en vulgata y demás. Me saludó de lejos.

La jefa se quedó para seguir increpándome. Atrás habían quedado las promesas del Hospital de Clínicas con sus amigos y mi referencia a que saber sobre HPB, flujo y demás cuestiones podían ser deserotizantes, que era como saber con qué está hecha la Coca Cola –hasta ahí era adorable-.

Ahora estaba literalmente contra una pared debajo de unos dibujos de estrellas con puntas que un paciente psicótico había hecho y pegado entre frases escritas por él como “una mujer es como una flor, perfuma cada lugar donde va” y unos semi círculos muy lindos.

No podía o no quería entenderme. Alguna gente alrededor se angustiaba ante la situación, la Jefa estaba en la postura: “yo te di un lugar y mirá lo que estás haciendo”. De un momento a otro comenzó a contar una historia acerca de unos pacientes y la conversación derivó en otras cuestiones hasta que la pasaron a buscar y con un indeciso “nos vemos alguna otra vez” se despidió. No me dejó decir todo lo bueno que había visto en esos meses – sólo con cuentagotas lo había filtrado un poco-.

Los que allí quedaron resoplaron aliviados porque el momento se había terminado. Yo no había sufrido más que la impotencia de la incomprensión y la dificultad de la interdisciplina en vivo.

Atrás habían quedado los intentos por decir que una mirada lasciva no es abuso y que no hay que derivar a Psicología porque alguien está triste o angustiado. No necesariamente.

La psicóloga me preguntó “¿Cómo te vas?” y yo como el psicótico de la entrada de Mr. Pink le dije: “en bondi”.
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Llévame a ver un tren


En otra entrada me referí a la metáfora del río en las canciones. Ahora me detengo brevemente en la del tren.

Es domingo por la tarde y si pienso en canciones con trenes irremediablemente me voy a Estados Unidos a buscarlas, una nación que necesitó de ellos para comunicarse –sobre todo- a lo ancho, tan vasta como desierta y ajena, de la que nos hemos dado una idea por las películas y las canciones de sus grandes artistas.

Johnny Cash tiene al menos 5 canciones donde la palabra “train” está contenida en el título, y muchas otras donde está en el cuerpo de los versos. No sólo la imagen de un tren es bella en si misma, sino todo lo que él implica: un viaje a algún lugar, alguien que posiblemente espera, y la incertidumbre de la espera de que viaja. Pero más allá de eso, la palabra tren en inglés presenta una bondad para la rima de la que adolece en castellano. Por ese mismo motivo obviaré traducir las canciones.

Hay 3 sobre trenes –en apariencia- que me encantan, tres grandísimas canciones. La primera como no podía ser de otra manera es Train of love del one & only Johnny Cash. Para graficarla, elegí una versión que hace Bob Dylan para un homenaje a Johnny donde en su introducción dice que cantará “una de tus canciones sobre trenes, solía cantar esta canción incluso antes de haber escrito una”.

La segunda es Born on a train de los fantásticos Magnetic Fields, probablemente una de las bandas con mayor vuelo poético de las que haya escuchado sacando de esta hipérbole a los monstruos mundiales como por ejemplo Leonard Cohen.

Y por último "I often dream of trains" del bueno de Robyn Hitchcock, un cantautor ingles de culto de mediados de los 70s que se inscribe –o lo inscribo- dentro de la monotemática línea que me gusta tanto.

Las tres canciones hablan de una “baby”, y no sólo por la bondad de la rima. El tren es una plegaria y una promesa, un vehículo que a diferencia del río siempre va por el mismo camino, nada socava las vías del tren y en cada partida y en cada destino hay alguien que sabe que ese tren no se detendrá y llegará. Sin dudas es el medio de transporte más romántico, más melancólico y más bastardeado, nos damos cuenta con tan sólo con mirar las bellas estaciones. Casi como el amor.




"train of love's a-leavin', leavin' my heart grievin'
but early or late, I sit and wait, because I'm still believin'
we'll walk away together, though I may wait forever
every so often everybody's baby gets the urge to roam
but everybody's baby but mine's comin' home"


Bob Dylan - Train of Love 1999 J Cash Tribute Concert

Kern ( I Want to Be Dylan ) Little | Video de MySpace





"But I've been makin' promises I know I'll never keep.
one of these days I'm gonna leave you in your sleep.
i have to go when the whistle blows-
the whistle knows my name.
baby, I was born on a train..."






"I often dream of trains when I'm with you
i wonder if you dream about them too
maybe we'll meet one night
out in the corridor
i'm waiting for
You baby"


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Todos tus olvidos


“Soy todos tus olvidos y de todos tus olvidos aparece mi alimento”
Miguel Abuelo


Sólo un canalla generaliza sobre las mujeres. El tra(zo)to se afina con el roce y casi no hay garantías para prever por dónde saldrá el tiro. Cuando uno cree haber conocido a alguien, siempre habrá un momento donde los papeles volarán y cual Marilyn Monroe; habrá que sostenerse contra el aire que empuja y amenaza con dejarnos desnudos. Algo tan incorpóreo como el aire, una palabra o una mirada pueden dejarnos así.

Recuerdo la noche que me di cuenta que ella había dejado de mirar hacia mi lado y se dirigía hacia cualquier otro (claro que para ella nunca sería uno cualquiera, todas sus elecciones tienen un camino bien arbolado). Sin embargo; no quise saber. Como canta Pablo Krantz en una de sus más bellas canciones titulada “El abominable hombre de cristal”, yo volvía a basar mis esperanzas en excursiones a su cama. Pero no sólo era su cama sino que eran sus días, sus mañanas, sus fobias y su instrumento, la forma de batir el café y sus manos de harina, el oleaje de su vientre contra mi pelvis y una sonrisa desmayada que resumía la filogénesis de la especie.

Puede llevar años darse cuenta que el tres no está contenido en el dos y que multiplicar por cero da siempre cero. Pero un día, sin saber bien cómo, el nudo se deshace y uno se encuentra un poco absorto, ridículo y avejentado. El tiempo asesino ha seguido su curso y uno tiene más marcas a las que darle sentido. Y es esa incesante autoconstrucción del yo por el yo donde la verdad individual se estructura como una ficción, así que bien puede ser cualquiera. Está hecha de lo que nos contaron, nos impusieron, nos violentaron, en definitiva lo que uno hace con lo que han hecho de uno.

Yo sabía que esa iba a ser la última noche en su casa. Un rato antes me había enterado que estaba de festejo por una fecha que de haberlo sabido me hubiese evitado ir hasta allá, el morbo no está entre mis líneas preferidas. Como ya estaba clareando esperé el Este un rato sin suerte -el color mostaza no me simpatiza- así que tomé un taxi. Me dormí sucio de placer y despedida.
Sólo sucedió. Es absurdo, es el mito de Sísifo, llevar la piedra (como los Magios) hasta arriba sólo para que caiga y la volvamos a subir. Lacan, no tan crípticamente dijo que sólo hay causa de lo que cojea, es decir de lo que no anda bien. Pero eso que lo haga mi biógrafo.

Simplemente ya no importa y no se siente nada, tampoco tiene mucho sentido. Atrás quedaron las cientos de páginas que escribí y le mandé por mail, por correo y le leí con distintos tonos de voces. Ignoro su destino y eso me reconforta. Simplemente a veces no se puede, no hay mayor lección, es tan sencillo que solemos negarlo, no hay nada más fuerte que un “no”.

No hay dónde terminar, que decir o cómo saber cuáles serán las consecuencias. Un día me senté atrás de ella en la facultad y le hablé. Años después ella trataba de disimular su llanto en mi cama. Visto de cerca no tiene sentido. Cursé una materia no obligatoria que casi no apruebo sólo para verla recuperar su aliento en el tercer piso.

Hoy no puedo evocar deliberadamente casi ningún recuerdo, la desmemoria no es para nada lo mismo que la represión o el olvido. Como dije en otro lugar –pero lo dijo Borges antes en un poema- de alguien sin saberlo ya nos hemos despedido para siempre, entonces dejemos que el titiritero artrósico haga de las suyas y que en la danza del ballet cósmico las calles se bifurquen a favor de la ironía.
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