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Fui al río



Pienso en ríos. Me gustan, siempre me gustaron.  

Tienen algo de sartreanos con eso de estar dándose la existencia todo el tiempo lanzados hacia el futuro. 

Un rio está siendo. Nunca es  igual ni a sí mismo ni a otros.

Todavía no entiendo de dónde vienen. Lo sé como información pero no lo creo. Lo reniego. No pueden formarse por el deshielo, debe ser un mito. Y digo este origen  porque esos fueron mis primeros ríos, los patagónicos.

Recuerdo momentos de terror nadando por los brazos equivocados del Neuquén a pesar de ser -en aquel entonces- un avezado nadador. En los remolinos se siente el animal que es y que te tira hacia abajo y busca ahogarte. Los que saben dicen que hay que esperar a que te escupa  y nunca luchar para zafarse porque es inútil y te ahogas por la desproporción bíblica de fuerzas.  

¿Cómo habla un río? ¿Por qué no le gusta la lluvia? ¿Preferiría ser otra cosa? Silencio, el idioma de Dios.

Pensé en la canción de Suárez, la de los hermanos Berbel, el cuento de Cortázar, el poema de Ortiz, la canción de Ramón Ayala, el libro de Saer,  en los dementes cantos de Maldoror, en algo que escribí hace un tiempo.

Pero ahora al borde de la noche vislumbro un río de Santa Fe en un íntimo contacto con el  polvo y recuerdo  las horas que abracé las aguas para llegar a esta habitación. 

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Recordar, repetir, reelaborar



Hace exactamente 100 años, el genio de Freud escribió un texto fundamental para el psicoanálisis llamado Recordar, repetir, reelaborar donde reescribe su teoría del síntoma bajo la premisa de hacer conciente lo inconsciente. Un Freud clásico pre más allá del principio del placer donde despliega su majestuosa hermenéutica. 

Pero no quiero detenerme en lo puramente teórico más que en esto: para Freud, había que traer al aquí y ahora la peste neurótica ordinaria (por eso uno se siente peor cuando empieza a tomarse en serio), transformarla en una de transferencia para finalmente disolverla y hacerla un padecer más amable. Pero obviamente estas resistencias no se dejan vencer así como así y es ahí donde el psicoanálisis por su método se diferencia de todo trabajo sugestivo. 

Pero lo que quiero destacar es la lógica temporal de los términos: recordar, repetir, reelaborar. Una después de la otra.

¿Cómo podemos entender que una persona, a sus treinta y largos años se atreva a llevar adelante un acto que quizás viene demorando hace tanto? ¿De dónde brota la intuición como verdad que lleva a alguien a hacerse un ADN y cotejarlo con el banco nacional de datos? 

Existe un territorio muy fértil para leer en el mundo psi acerca de las primeras inscripciones en el psiquismo previo a la conciencia. Basta pensar en Piera Aulagnier y la maravillosa Silvia Bleichmar por citar dos. Dicen que el nieto de Estela de Carlotto estuvo tan sólo 5 horas en contacto con su madre. Es casi imposible suponer que este contacto tuviera un efecto de huella. Nada sabemos todavíade  su historia. Pero lo que si sabemos y podemos hipotetizar es que hubo otro cuerpo, social, que hizo de Otro y brindó las coordenadas históricas, la letra para que una persona piense en sus huellas, tome lo que circula y recuerde. Porque eso que hicieron de nosotros antes de que tengamos memoria sigue funcionando: dónde nos gusta que nos toquen, un aroma preferido, un sonido que es mamá, una ausencia inmaterial que vuelve y pide un significado. Y las huellas colectivas. La verdad insiste desde múltiples planos.

Recordar, repetir, reelaborar. Memoria, verdad, justicia. Sientan la afinidad cósmica.

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La altura del acto




Ganar o perder son términos más o menos vacíos según el contexto donde se apliquen. En un juego reglado, como estadío final de las cosas su significado es pleno, contundente y excluyente: se gana o se pierde. Son los análisis reduccionistas que gustan algunos fríos corazones bidonistas

Para el psicoanálisis esos términos no tienen demasiado sentido. Si se tardó 24 años en llegar al mismo lugar debe ser o que no es tan sencillo o que no se es tan bueno como se supone. Entonces lo importante debe ser otra cosa. Ganar o perder implica una dimensión ética y el centro está en el cómo.

Durante este mundial se puso en cuestión la identidad de juego de Argentina. ¿Somos un equipo vertical, con gran poderío ofensivo que ataca asumiendo riesgos? ¿O somos un equipo pragmático, que ocupa espacios de manera inteligente y contragolpea en la medida en que puede? Bueno, depende. La estrategia es el Otro. 

La  “personalidad” en la historia de las ideas de la psicología tiene su raíz y desarrollo en USA, pero nosotros (digo nosotros a los deudores del vienés y del francés) aceptamos la hipótesis del inconsciente y de todo aquello más allá de la razón del yo que nos determina. Nuestros jugadores son muy freudianos y recurren seguido al Otro: se persignan antes, durante y a veces después de cada juego, se tatúan nombres de seres queridos en el cuerpo e incluso armas. Algunos quedan solos frente al arquero en la final del mundo y la tiran “incomprensiblemente” afuera. Quien es considerado el mejor jugador, sin motivo aparente vomita durante los partidos, como si quisiera decir algo y no tuviese la letra.

Quienes apostamos a los procesos, miramos el cómo más allá del resultado y rescatamos que siempre lo que importa es la construcción del camino, porque la vida está llena de pequeñas derrotas, de resultados por la mitad, de pequeños autoboicots, de no estar a la altura de lo que el acto pide. Por eso la única la derrota verdadera es la de aquél que sabiendo cuál es su deseo, lo ignora. Y estos jugadores como dijo Mascherano, se “vaciaron” intentando cruzar el Rubicón de sus carreras.

 Muchos no necesitarán revancha porque no pueden desear lo que ya han conseguido. 

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