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Los encargados

Las imágenes sostienen lo real. Sin las imágenes no hay nada, lo sabemos por la televisión. Algo sucede en cualquier lugar y es real porque lo vimos. Si nos lo cuentan, tenemos la imagen mental de lo que escuchamos, la creamos según nuestra historia y lo que sabemos de las cosas. Así estamos a esta altura de la civilización.

Alguien mata a una adolescente, tira su cuerpo a la basura (la metáfora es precisa) y la prensa desata un vendaval de imágenes y de palabras que hacen que todo sea potencialmente real, incuestionablemente verosímil.

Ante el vacío, una opción es hablar. Es una lógica de los medios. Muchas horas en vivo, muchas páginas que llenar, una ardua tarea. La verdad, como la víctima, sufre en los callejones de los procesos. Lo que se puede probar, lo que es indicio, lo que es fáctico, lo que es lombrosiano, lo que es maquiavélico, lo que es tanático, lo que no sabemos y queremos saber, los porqués.

El móvil es siempre una trampa donde el sentido se escapa. Hay cosas que no tienen explicación, pero la gente no se lleva bien con eso. ¿Cómo alguien puede vivir toda una vida como una persona ejemplar y un buen día asesinar a alguien? Porque pudo es una respuesta. El infierno son los otros, si, pero no todo. No hace falta ser psicótico o perverso para matar a alguien, lo sabemos, pero los neuróticos tenemos un gusto por la metáfora y la represión que nos detiene cuando sentimos que podemos.

La muerte atrae, la vida busca  justicia y un relato que calme a aquellos que creen que cualquier persona los puede matar. Preocúpese antes por mirar bien al cruzar la calle, y luego si, encárguese de no soñar mil veces las mismas cosas. 

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