Lo porno
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Marcelo Gallardo bajo una formación tortuga romana |
¿Qué tiene lo porno que tanto atrapa?
Su transparencia: todo
está brutalmente expuesto, pero no todo está explicado. Pienso lo porno como
denuncia, como un dispositivo máquina que muestra los hilos de un
funcionamiento insensato, gozoso, inabarcable.
Cuando lo porno sucede, la mirada no puede escapar. Es el
vacío que devuelve el interés y por un instante atrapa. Cuando lo porno sucede
nadie habla, se balbucea, se murmuran interjecciones, fonemas, ejercicios de
foniatría.
Cuando se rompe un límite no previsto, lo porno sucede. Cuando
en un juego centenario, reglado, por muchos conocidos y practicado, generador
de las más intensas y disímiles pasiones algo rompe todas las reglas, lo porno
sucede.
Siempre tuve una relación problemática con la palabra moral.
Prefiero hablar de actuar con honor, de reconocer a lo demás como iguales, balancear
la reciprocidad y la solidaridad. Pero como se ha dicho, los otros son el
infierno, por ende uno también es el infierno de los otros.
Esa es solo una
parte, los otros también son potencia, razón y futuro.
Cuando alguien rompe un pacto, es bastante porno. Cuando alguien
tira gas para lastimar al circunstancial adversario, es una traición y una
celosía por donde se filtra que el pacto social civilizatorio no está nunca del
todo asegurado, que lo que un colectivo sostiene es una ficción rizomática donde
todo puede invertirse y mutar, donde un DT ebrio de poder –hasta hace 5 minutos
jugador- puede intentar sacar ventaja de una evidente desigualdad.
Cuando lo porno sucede suele tomar la forma de Dadá: el
comisario cocainómano, los que se tapan la boca para hablar, los jugadores que
no paran de tirarse agua sobre la cara, el intendente que insulta públicamente,
el árbitro que no decide, el comentarista que protege a su benefactor político,
el cronista que apenas describe, los fotógrafos protagonistas, el otro
intendente que llama a los que deciden
para que todo siga, los que tiran botellas, los veedores que no ven, los jugadores
que se retiran protegidos por una formación tortuga romana, las camisetas que se manchan, los indignados
de siempre que reclaman.
La historia del Capital es triste, larga y está llena de
esclavos (de alguna necesidad).