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Pulp sucede


Si  William Faulkner pudiera cantar, probablemente lo haría como Jarvis Cocker.  Si Leonard Cohen pudiera bailar, probablemente lo haría como Jarvis Cocker. Pero nadie lo hace como Jarvis Cocker. Ni Jarvis Cocker. 

Si en el principio estuvo el verbo, este tuvo la forma de un imperativo: cantá.

Ayer  Pulp enfrentó la noche lunar con la certeza de lo único: que era ese momento y nunca más. No hubo un hasta pronto, hubo agradecimiento y entrega total. La entrega heroica que solo un puñado de escritores de rock de británico han alcanzado. 

La batería de canciones  imbatibles de sus tres discos más festejados (His n´hers, Different Class, This is hardcore), un colado del último y un par de lados b, llenaron como uppercuts el lugar donde en 1965 Bonavena irrumpió en la escena grande del boxeo argentino al ganarle por puntos al Goyo Peralta. Los mismos puntos y deletreadas maravillosas con que se puede componer un estribillo.

Siento afinidad con la genealogía, con la condensación, con el intento de desarmar lo-mismo, lo ya dicho y decirlo de nuevo pero de otra manera, que es también una forma de decir otra cosa. Por eso los artistas tienen algo en algún momento, que no todos tenemos. Todos hemos tenido un peor momento de nuestras vidas, pero no todos hemos escrito This is hardcore. 

Escribo a un día de un acontecimiento. Pensar el lugar que Pulp ocupa en la historia del rock mundial no es relevante. ¿Pero por qué no cerrás la puerta y corrés las cortinas? Porque no irás a ningún lado. 

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Y las cosas

Si nada hay por fuera del lenguaje, entonces nuestro sistema de representación  podría ser finito. Pero afortunadamente no lo es, existen quiebres, interrupciones, deslices, discontinuidades en su ser por donde la creación y lo informulable se filtran. 

La metáfora y la poesía son recursos con los que podemos nombrar lo innombrable. La más inmensa pérdida puede ser más que la mera contraposición a una presencia. Entre el cero y el uno hay civilizaciones.

La mayoría habrá tenido la sensación de ser hablado por otro, de decir cosas que no quería decir, de percatarse que está “sonando como” fulano mientras habla. Y si el lenguaje nos habita y nos fue implantado como algo externo y ajeno, esta parasitación tiene múltiples variantes, se ordena de manera compleja. Fue Freud quien entendió que las histéricas “sufrían de reminiscencias”, inaugurando una etapa fértil  que entendió que entre otras cosas, el lenguaje enferma.

Pero también sana. Y el lenguaje ciertamente no es sólo el oral o el escrito, los hay múltiples. El sueño es un lenguaje que se rige bajo las reglas de la combinación y la sustitución. El sueño es el territorio donde el inconciente determina las escenas. Los restos del día dan letra, carne para ser moldeada, y tienen la densidad delo reciente. 

El sonido es materia, la voz es un objeto. La voz es un significante. Lacan lo supo y lo dijo muy bien, las voces de la alucinación son significantes sueltos de una cadena rota.
En el inconciente no hay tiempo, es lo contrario a la vigilia, por eso en el sueño hablamos con los muertos que recordamos de día y escuchamos de noche. La tormenta de ayer se infiltró en mi sueño, “predijo” el fin de los árboles del patio  y epilogó a pura metáfora.

La voz y el olor dicen es lo primero que se pierde con el tiempo, pero también hay palabras que al evocarlas, las traen de regreso.


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Si sucede deviene

“Lo que torna a Caperucita Roja una ingenua no es haberle creído al lobo, sino haber convertido la evidencia acerca de las enormes orejas, la gran nariz, las manos peludas, en objeto de interrogación al servicio de la desmentida, buscando en las respuestas que recibía, una racionalidad que anulara su profunda sospecha de que no estaba, en realidad, frente a su abuelita. Por eso, en lugar de huir, siguió preguntando, no a la búsqueda de la verdad que de algún modo conocía, sino en el intento de que la respuesta oficiara al servicio de su anulación de la percepción…”

Así comienza el capítulo “La esperanza y la utopía” del libro No me hubiera gustado morir en los 90 (2006) de Silvia Bleichmar. El mecanismo que está describiendo se llama desmentida, su sintaxis sería la siguiente: “ya lo se pero aun asi…”  y plantea un dilema ético.

Las posiciones de “ingenuidad”, como aprendimos con Caperucita, son en gran medida posturas de complicidad. La ingenuidad no es una virtud, y si se presenta como tal, es porque es funcional a los que toman ventaja de ésta (el actual “si sucede conviene” de Tinelli).

Hermana de la ingenuidad es la “neutralidad”, la ilusión de la  supuesta postura equidistante que lo único que hace es resguardar (pero al modo de la ingenuidad) al que allí se para de las consecuencias de tomar partido y que alguien te diga “ehh vos nosequecosa”.  No sólo en el registro de las ideas, de la política, sino de la vida en general y en muy particular: piensen en ustedes, en cualquier persona que habiendo advertido algo de su deseo, lo desoya sistemáticamente. De todas maneras, este último plano es más delicado, porque si el deseo no se presenta con la fuerza suficiente, en esos callejones es donde se juega gran parte del dolor, y como dijo William Blake: “Quien no realiza su deseo engendra peste”.

Al psicoanálisis le han criticado que el concepto de deseo no toma demasiado en cuenta los contextos históricos de producción de subjetividad de cada época. Es un punto atendible, pero el concepto apunta a algo más estructural y que su surgimiento nace de una exterioridad (el Otro fundamental) y de allí su opacidad. Pero eso no es tan interesante como cuando se critica el contexto de producción freudiano. Durante este año he estado sumergiéndome por primera vez y en serio en algunos textos fundacionales de los estudios de género y feministas (sin reírme de ellas) y una de las cosas que me ha llamado la razón es el ataque encolerizado –por momentos- contra el genio vienés.

Recordé lo que alguna vez subrayé en mis años de estudiante, Freud osó llamar alguna vez a las mujeres, “continente oscuro”, como metáfora de sus propias limitaciones teóricas para comprender las zonas insondables del otro sexo. Una crítica, a 80 años de distancia puede ser más ligera, ya que también hay que recordar que gracias a los aportes de Freud las histerias de conversión (femeninas para la época) salieron del campo de la terapeútica infame de la psiquiatría y fue tomada por el tratamiento por la palabra.

Cuando leí a mujeres riéndose y criticando a veces justa, a veces injustamente a Freud recordé  el “continente oscuro” de mis días de adolescencia temprana y mi ejercicio mental del amor cortés, de la fascinación por no comprender ese mundo femenino tan mágico y tan esquivo que trataba de asir a través de situaciones hipotéticas que vertía en hojas y hojas de los cuadernos Rivadavia. El amor cortés es una de las formas conservadoras e inhibidas del amor. Pero eso fue entonces, ya Google Earth echó algo luz sobre los continentes.

Una postura critica, que de palazos pero también apuntale, que no sea ni ingenua ni neutral, son algunas características que me gustaría que las subjetividades ciudadanas políticas por venir tengan, que algo se haya hecho carne, porque cada vez que uno se hace un poco Caperucita, los proyectos neoliberales se meten en tu cama, ponen el cartel que dice que la economía del país es como la economía de una casa (gastar menos de lo que te entra) y con sus bronceados avivan a tu novia de que sos pálido y débil. 

Y todo eso sin haber leído un solo libro. 




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A sangre fría

Cuenta Norman Mailer que cuando comenzó su investigación para escribir “La canción del verdugo” (la  genial novela que rivalizó con A Sangre fría de Capote) y  se topó con las cartas que el protagonista de la historia le había escrito a su amada, tomó la decisión estética de que nada de lo que él escribiera, debía superar la belleza del estilo de Gary Gilmore. Es decir, que El Gran Bocón debería adentrarse en una batalla para despojarse de su complejo uso de la gramática, sus adjetivaciones demoledoras, todo artificio aprendido en pos de un estilo de hombre-de-a-pie que encandilara por brutalidad. De más está decir que lo logró. La novela es apasionante

Llegar a dominar el lenguaje (siempre dentro de la literatura, claro) de tal manera sólo puede realizarse después, no al principio. La simplicidad, esconder los hilos del entramado, es una ardua tarea que suele encontrarse con el tiempo, por eso él dice que no da mucho valor a Los Desnudos y los Muertos porque copió el estilo de los grandes autores norteamericanos, que su propia voz tardó en hacerse presente algunas novelas.

Me siento a escribir al filo del día con un par de ideas en busca de un ritmo, como muchas veces, en apariencia sin conexión.

Algo que me hubiese gustado contarle para molestar a una persona que molestaba a otra (“con las mejores intenciones”) en el subte: el inconciente no es otro sujeto, es lo contrario al yo, las lógicas que rigen uno y otro son excluyentes entre sí.  Por eso es imposible sostener la creencia de que en el interior de cada uno de nosotros haya alguien –como se dice desde una perspectiva que degrada y vulgariza la cuestión– que quiere lo opuesto a lo que aparentemente queremos (si odiamos es porque “en realidad” amamos, si somos generosos es porque “en realidad” otro egoísta dentro nuestro quiere tenerlo todo, etc. Otorgarle una intencionalidad equivalente a la de conciencia al inconciente es una falacia que se reproduce en esa popular música que es tocar de oído. La cuestión no es transparente.

Mailer se preocupó por la existencia del inconsciente, leyó un poco a Freud pero desde un lugar de curiosidad, admiración, deber ser, literatura fantástica. Tiene sin saberlo (una de sus definiciones) muchas ideas muy potentes que son temas tratados por el psicoanálisis en su vasto abanico. Pero el psicoanálisis no lo es todo. También hay prefreudianos ( y sartreanos) que viven más o menos como cualquier otro que acepte la hipótesis del inconciente, incluso los hay algunos  como Gary Gilmore que después de asesinar sin motivo aparente a dos personas, pidió que lo mataran según cumplimiento de las leyes vigentes en Utah en 1977. Y nadie quería matarlo.








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Ruido sordo



Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra. 

JLB. “1964

Las cacerolas han perdido la fuerza simbólica de protesta con la que emergieron. Diez años de crecimiento  sostenido con inclusión social marca que otra es la coyuntura. Las cacerolas que encontraron su razón de ser en la intersección entre  los ahorristas enojados del 2001 y las personas en los piquetes que reclamaban por el hambre y la exclusión extrema a la que estaban siendo sometidos, hoy ven el símbolo mancillado. 

Las cacerolas representan por excelencia, en el imaginario instituido, el elemento en el cual se cocinan los alimentos. Una cacerola vacía entonces representa la falta de los mismos. El ruido que produce al ser golpeada es en general un ruido seco, sin melodía. Ninguna voz puede subirse armónicamente sobre ellas.
Una cacerola no representa la lucha contra la corrupción, contra el autoritarismo, contra las restricciones al dólar, contra la inseguridad, contra la delincuencia, contra un currículum vitae, contra un vicepresidente sospechado de negocios pocos claros (no procesado), contra un modelo de pensar y llevar adelante un país. No, una cacerola no dice nada acerca de eso. Lo tienen que decir las personas que se manifiestan o sus voceros, en este caso los medios que se sienten representados (e incitan a) por estas expresiones que todo parecería indicar, aun poseen un nivel de convocatoria bajo. 

“Los vecinos” -una expresión  aun más ideologizada que “la gente”- pueden hacer y decir lo que quieran, pero si algo ha quedado en evidencia en estos años recientes es el intento de ver qué ideas representan, cómo entienden el mundo, que idea del rol del Estado tienen, qué piensan de los gremios, cómo les cae Lanata, cómo les sienta la democracia, los procesos judiciales, la revaluación fiscal de las tierras, la redistribución de la riqueza, el impuesto a las ganancias, etc. Si este Gobierno tiene algo de “autoritario” es haber creado las condiciones para que toda persona mayor de edad –digamos- se sienta eventualmente compelido a reconocerse como un sujeto político cuyas acciones y pensamientos son pasibles de ser confrontados por otros. Y eso es un gran logro. 

Desterradas las ideas de objetividad e imparcialidad donde descansan los cobardes, es entendible que el sector que no lo votó sienta a este gobierno como un gran Otro que hace de ellos lo que quiere. Y como dijimos muchas veces, lo realmente insoportable es sentirse a merced de la voluntad del Otro. Pero si ese Otro intenta con vehemencia y convicción –aunque fallidamente a veces-  hacer el país un poco más equitativo, bueno, qué importa no poder comprar tantos dólares, comprar tecnología extranjera, finalmente: anhelar lo que no somos. 

Las plazas están para ser ocupadas, los símbolos para ser creados y recreados, la participación política –en un sentido amplio- es la arena innegociable para el debate de ideas. Pero a no hacerse los distraídos, estar en un lugar no te deja estar al mismo tiempo en otro.  Las cacerolas suenan de distinta manera según quien las aporree.  Hay símbolos que se resisten.

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Y tendrá tus ojos



No todo se puede pensar. No todo se puede decir. Pero esto no es de una vez y para siempre, tienen que darse las condiciones de posibilidad para que lo que antes era inimaginable, lo sea. Las leyes por ejemplo, tienen un carácter performativo, es decir, pueden crear lo que antes no estaba, volver posible lo imposible, pensable lo impensable. Recuerden lo que se decía y entendía acerca del rol del Estado en los noventas y lo que se dice y piensa ahora. Y lo que se hace.  El pensamiento es cosa extensa.  

Con la interpretación pasa algo similar. Uno puede pensar equis cosa en un determinado momento y luego lo contrario. El cambio es inherente al pensamiento. El esencialismo sostenido y defendido por algunos no sólo es conservador y miedoso, sino también éticamente hipócrita y deshonesto. Pensar siempre lo mismo aunque uno esté equivocado, uf, se puede ir la vida en eso.

Una tragedia nunca viene sola. Y redobla la máxima de que Tánatos contagia. La muerte contagia. Pequeñas muertes, segundas muertes (simbólicas, imaginarias), muertes que nos preparan para la muerte. Entonces el término “sorpresiva” aplicada a una, pierde pertinencia.  

Siempre interpreté la línea del poema de Pavese “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos” como que quien allí está enunciando, le atribuye los ojos de alguien a la muerte.  Pero ya no puedo pensarlo así, ahora entiendo que la muerte llega y se apodera de los ojos de uno. Y uno pasa a mirar la vida a través de esos ojos. Al menos hasta que esos ojos se cansen.

Recuerdo la frase atribuída a O. Wilde: "Disculpe si no lo reconozco, he cambiado mucho".
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Las marcas

“Tu figura crea, nuevas primaveras”
F. Bochatón, Balvanera

A veces cuando se me hace presente, me inquieta darme cuenta que no escribo  tan seguido como me gustaría y solía hacerlo. Es verdad que las condiciones de la producción –digamos, por ponerle un nombre exagerado- son bien otras, basta mirar el archivo a la derecha.  Alguna vez escribí acá que no importa saber sobre qué voy a escribir, eso suele presentarse con una fuerza que tiene la forma de agua acumulándose contra una represa. Otra manera posible de hacerlo es un recurso del oficio, escribir sobre la tarea de escribir. Un ardid que se acerca a la ficción.

Sosteniendo un minuto esa palabra, mirándola más de cerca podríamos decir que los límites entre ficción y la llamada realidad compartida son difusos. Sucede por ejemplo un hecho de los tinta roja que me gusta pensar: un tipo mata a 4 personas, las entierra en el patio y lo más orondo se queda viviendo en su casa, tomando del mate de los asesinados. Qué se le cruzó por la cabeza es una pregunta poco fructífera. Conjeturar explicaciones de corte psicologistas pueden tener asidero, pero su utilidad se aplica al caso puntual. En cambio, por ejemplo, cómo leer una aparente seguidilla de mujeres quemadas por hombres, tiradas de los balcones, molidas a palos o examinar el renovado brillo del sentido de la política en los jóvenes nos exige sumergirnos en una trama más amplia.
 
Si el sentido en lo social pugna por emerger, éste no suele ser transparente. Cuando un fenómeno se  presenta, lo hace en su carácter multideterminado, como un fractal lo contiene todo, ey seguramente intentaremos  interpretarlo. ¿Desde dónde? ¿A partir de qué categorías de pensamiento? Desde un lugar indefinidamente marcado, desde un sitio donde nuestra subjetividad habla y aborda –aunque no lo sepa- múltiples planos, incluido el político. 

¿Cuáles son los resortes que inclinan nuestra brújula para que nos movilice/adhiramos/rechacemos  algo que acontece? ¿Por qué hablar de patria ya no suena mal? ¿Por qué nos interesa que los recursos estratégicos sean del país? ¿Por qué nos emociona el relato de vida de Maravilla Martínez? ¿Por qué cada vez que alguien se declara apolítico nos parece un imbécil? ¿Por qué alguien del que se diga que es cool nos parece un garca? ¿Por qué importa ahora saber desde dónde habla un medio de comunicación?  ¿Por qué esto y no más bien nada?

Otra de mis obsesiones de lo real versus la realidad. Bueno, porque hay y hubo  gente ahí en un momento haciendo cosas, que bien podrían ser otras, pero no lo son. Eso es la ficción.
 Miro un rato de televisión la recuperación de YPF por parte del Estado. Está bien y está pletórica de sentidos, emociona. Gracias a mi infancia patagónica, viví de cerca el hundimiento en la más profunda indignidad del pueblo de Cutral Có tras la privatización de YPF. Esa olla a presión se cobró la vida de Teresa Rodriguez. Ese mismo contexto dio origen a una nueva modalidad de protesta social:  ahí nació el piquete. ¿Cómo? ¿Por qué? El imaginario radical creando.

Tiempo antes un tío en otra ciudad había sido despedido de SOMISA y forzado a reconvertirse en artesano de lámparas de vidrios, cuando antes se medía contra gigantescas ollas que fundían los metales que anhelaban ser una máquina.

Hubo quienes murieron de pie bajo el viento infame esperando al progreso como se espera a quien no se sabe si volverá. Siento el swing de las ideas que se explotan y son sólo pedacitos a completar por quien lea estas páginas. Las marcas no pueden ocultarse mucho tiempo, se habla y se vive desde ellas. Escribo porque tendría que estar haciendo otra cosa. Y no puedo evitarlo.


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La arrancacorazones

Para sentarme en su mesa, comenzaré diciendo que lo que el sentido común entiende por Complejo de Edipo, no es eso. La función paterna (si está presente) en una de sus vertientes, se presenta como instancia interdictora necesaria entre la madre y su hijo, garantizando la instauración de la ley. Freud en Tótem y Tabú (uno de los escritos del que estaba más orgulloso) sintetizó magistralmente dos efectos pacificadores, estructurantes que se posibilitan cuando la ley simbólica funciona y regula: “no reintegrarás tu producto”-para la madre- , “no te acostarás con tu madre” –para el hijo-.

El sentido común es el peor enemigo de una reflexión que intente complejizarse.

Retumba como un eco del infierno, en los medios y en las mentes de las progenitoras, la noticia de una representante de la creación que segó con sus propias manos la vida de su retoño de 6 años. Horror. Durante la noche de la supresión de la ley, un ser humano perdió el lazo social, se le aflojó lo que se construyó durante miles de años y reintegró su producto. Los kleinianos subrayarían el elemento acuoso donde se sucedió el drama, otros lo haríamos con los graffitis de las paredes, signo de explosión de la psiquis.

Puede ser un caso psiquiátrico, puede que no. No lo sabemos todavía. Lo que si aparentemente sabemos es que había habido un aviso: un intento de envenenamiento por parte de la madre hacia sus hijos. De ser así, alguien no pudo o no quiso escuchar ese preanuncio. Lo que probaría que estos casos -como el de Jazmín de Gracia que había tenido un episodio idéntico un año atrás- sólo son una sorpresa para los que están ajenos al círculo en cuestión.

No faltarán los pedidos de pena de muerte para aquella mujer. ¿Cuándo aprenderán algunos que la retaliación redobla la apuesta de muerte? Reitero lo de siempre: ¿cuándo se terminará de incorporar el ejemplo de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo que habiendo perdido todo a manos de ejecutores en nombre del Estado solo piden justicia? La justicia no es venganza, la justicia cuando sucede, tiene un efecto que resuena al efecto primero de pacificación de la ley, de establecimiento de la base de un acuerdo mínimo de la vida en sociedad. Y aunque la vida en sociedad no es pacífica, es la vida que se construye multideterminadamente, bajo complejos factores socio-históricos. Así se explica que algunos se asombren de que este caso haya sucedido en un country, entre gente “bien”. Todos somos iguales cuando Dios duerme.

¿Cuándo pondremos de rodillas al darwinismo social, combustible del sentido común? ¿Lo hará Baby Etchecopar a punta de pistola con el aval de los medios? ¿Lo hará Dios, que aún como el padre muerto, funciona?
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Los muertos se mueren de sed

Todo tiempo pasado, represión mediante, fue mejor. Toda vez que un hilo se cortó, siempre fue por lo más fino. Cada vez que el Estado parpadeó, muchos murieron.
 Cuando un servicio público está en manos privadas, se crea una tensión lógica entre el departamento contable y la calidad del servicio a prestar. En las paredes de las empresas privadas, sin demonizar, se lee: “rentabilidad”. Hay que problematizar si los servicios públicos deben estar en manos privadas o estatales. Sabemos con  sobrada evidencia, que en todas las dependencias estatales hay personas que nos defraudan –si, en un múltiple sentido de la palabra-. Pero no se trata de eso.
Los accidentes existen, los “olvidos” por parte del Estado son imperdonables.  Suele suceder en una lógica de hacer las cosas, que hasta que los hechos no se agravan, nadie realmente se preocupa. Correr detrás de los desastres es un síntoma  de no haber estado. Cuando pasan cosas como las del tren de Once, el Estado/Gobierno siempre es el responsable, no importa que esté tercerizado.  De donde el Estado se retira, alguien sufrirá.
Así como no se puede respetar a nadie que nunca sintió vergüenza de sí mismo, tampoco se puede respetar a aquél que solamente se queja. Es una gran complejidad. El Estado se retiró de los trenes en los 90, pero este gobierno los sigue subsidiando. Los que viajamos todos los días en el trasporte público capitalino (porque recordemos eso, oh porteñocentrismo miope, esto es algo que pasó en una ciudad, no en el país) en hora pico sabemos que es una odisea.
El hecho de haber abandonado el medio de transporte masivo más eficaz, barato, ecológico y puntual que existe ha redundado en el crecimiento y beneficio (interesado  o no, cada uno tendrá su opinión) del transporte terrestre. ¿Y qué campera asoma detrás de ese medio? La de Hugo. Cuando un sector de la industria, del país, de lo que sea, se vuelve demasiado poderoso, se comienza a preguntar por qué no podría seguir avanzando en sus potestades, si ya que está...
En los meses pasados asistimos a esa tensión de estos gremios con el Gobierno. Y sea como sea, valga un subrayado: nadie rebaje a lágrima o reproche nunca a estos actores, son ellos los que le pararon al riojano, son ellos los que, cuando usted trabajador se sienta más solo que Felipe Solá en el día de la Lealtad, pedirá la ayuda de un gremio.
Buá (diría Magdalena RG), preguntas: ¿Qué hace Sobrero en los programas de chimentos de la mañana? ¿Qué hacen los hijos de puta de siempre causando disturbios en Once cuando la familia del chico que buscaban pedía calma? ¿Qué hace TBA culpando al motorman? ¿Qué hace el gobierno que no sale raudamente a abrazarlos a todos? Porque recordemos que el sistema presidencialista es un sistema paternalista, inconscientemente son un eco de mamá y papá que protegen, y cuando pasa una tragedia, la culpa es de ellos, no de nosotros que aun somos jóvenes de la democracia. Esa es una manera de ver las cosas. En esa línea, si nadie se hace cargo inmediatamente se genera el espacio para que, de manera vil, el sentido común diga presente y lance la idea de que puede pasar cualquier cosa, que nadie nos protege, que todo vale. ¡Y no es verdad! no pasan estas cosas todos los días, aunque si suele pasarle más seguido a quienes ocupan los lugares del olvido. Y eso sin dudas no es producto del azar: pregúntenle al barrio de Once.
Quiero y no quiero seguir escribiendo sobre este tema, me contradigo mientras pienso, lo dejaría en borrador, hago algo que jamás hago: releo y edito, suavizo opiniones, maldigo. Preferiría hablarlo para el intercambio, para el diálogo como método de conocimiento, para tener otras voces en vivo. El pensamiento se fortalece en su ejercicio, y el pensamiento también es acción. Pero también hay que ponerle el cuerpo, estoy harto de aquellos que nunca pisaron una calle para reclamar por derechos y mientras toman y comen cosas light sentados frente a sus computadoras se indignan, estoy harto de aquellos que nunca sintieron el terror del olvido del Estado y señalan con el dedo sin proponer una idea que construya, mientras se deprimen por no poder comprarse algo. 

No se debería respetar a nadie que no se haya creído equivocado y haya tratado de remediarlo. El mundo es tan bello como horroroso, sépanlo.




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El río sin orillas



Pasé mucho tiempo mirando al río, semi absorto. Un rio manso de aguas turbias, casi como las del Paraná. Metí mis pies en el y aun podía verme los dedos. Del otro lado a unos 500 metros se erigía la orilla de la isla no apta para un desembarco, inabordable por sus árboles.  Tuve el impulso –y el recuerdo- de zambullirme y nadar hasta ella. Doce años atrás nadaba hasta catorce veces esa distancia por día. Aunque sea arrastrándome tenía que llegar.

Tanteé mis bolsillos: celular, billetera, llaves, todo demasiado real en forma de ancla. Ese brazo parecía tranquilo, unos metros arriba se intuían unas zonas de pozos, de corrientes internas que son las que ayudan a ahogar a los intrépidos nadadores. Me dije que al día siguiente lo haría. Regresé a la silla donde lo había estado contemplando con asombro, no era un río bravo, frío y cristalino como los que había domado junto a amigos en la patagonia, era un barro lento y enigmático que me recordó una película de Herzog.

Volví a los cuentos de Felisberto Hernández: 3 consecutivos donde un pianista es el protagonista. Un nadador y ese pianista no tienen nada que ver, con excepción de que hay que juntar bien los dedos para avanzar.

Dejé el libro a un costado y recordé ese plaqueta sobre el muelle de Colonia donde están grabados en el bronce los nombres de los locos – lector ayúdeme con un adjetivo más apropiado, si es que existe- que cruzaron a nado Colonia-Buenos Aires y temblé. Arrojarse a esa inmensidad es arrojarse a una promesa, o ser arrojado por una.

Todo había ocurrido sin decir palabra. Ella, sospechando mis mudas polifonías, mis soliloquios, me interpeló con una mirada: le pregunté si al día siguiente me sacaría una foto en el medio del río. Dijo que si.
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La fuga hacia el futuro

Hay en el campo argentino una antigua ley contra el cuatrerismo que dice que se puede matar un cordero por hambre pero que el cuero debe dejarse colgado en el alambrado.

Acaricio la hipótesis de que el asesino decidido siempre deja huellas. En cambio los imprudentes, los vacilantes suelen, debido a su vacilación, generar escenarios más complejos, menos probables, más enigmáticos.

Gracias a la historia, hay que probar la culpabilidad de alguien, y no su inocencia. Entonces, a pesar de las herramientas criminológicas, periciales y similares, puede que dos personas estén en la misma habitación, una reciba un tiro en la cara y la otra quede libre (en la libertad que otorgan los hombres). Puede que alguien salga diciendo que otra se cayó, se golpeó en la cabeza y se murió. Pero puede que alguien se quiebre y dé otra información y ¡oh sorpresa!, tenía 5 tiros en la cabeza. Luego de un tiempo, se los encuentra culpables por la mitad.

Del nuevo barredicio platense poco se sabe: parece que el karateca, aunque todo así lo indicara y todos lo quisieran, no hay pruebas suficientes para colgarlo de la antorcha de Ypf.

Pero todo asesinato, como buen relato pasible de ser (re)construido, tiene sus vértices legibles, sus zonas de neblinas y sus detonantes. Por ejemplo: si uno fue capo de la SIDE de la mano Duhalde, obviamente tiene –al menos- un arma. Y como dice el dicho popular, a las armas las carga el Diablo. Puede ser, pero las usan los hombres. Como semi patagónico sé que en toda chacra hay armas. pero ¿Qué es lo desencadena –triggers, en inglés tiene más fuerza- que dos personas en medio de una discusión, una deba sacar como intermediario a un arma? Eso mis estimados, nunca lo sabremos. Sólo lo sabe quien quedó vivo, y por culpa de su inexperiente forma de asesinar, nos privará de eso tan deseado (y no necesario para la ley) para los humanos que son los motivos. Quizás su aparato psíquico ya haya echado el barro del olvido sobre lo que pasó, quizás la teoría traumática entre a los medios de comunicación en breve (teoría que por otra parte Freud desechó como causal de la neurosis a principios de 1900. Pero eso no viene tan al caso) y tengamos que fumarnosla. O no. Esta vez parece que ya tienen construidos los hechos “como realmente sucedieron”. El poder es performativo, el poder puede impone una verdad, luego esa verdad serán los hechos (aunque no hayan sucedido).

“Sabemos” que Heyn se ahorcó en un juego masturbatorio letal, duro como la cara de Corach, en medio de un viaje oficial junto a la presidenta. El sentido común, que tiene la forma de un círculo deseoso de cerrarse, pide respuestas a por qué lo hizo, ¡justo ahí, en viaje oficial! Bueno, no lo sabremos. O si, el goce desregulado tiene a Tánatos tatuado en el brazo.

El que mata por (algún) hambre, deja su señal en el alambrado, el que se mata se fuga hacia el futuro, el nóvel asesino hunde a los espectadores en las conjeturas y espera vacilante las voces de la Justicia. 
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