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Una magia modesta

Las comparaciones son odiosas, reza un viejo refrán;  generalmente proferido por quien teme someter algo a comparación.

Este blog está lleno de entradas dedicadas a Maradona, y ninguna a Messi. Y la razón de esta ausencia tiene que ver con la negativa a aceptar de una vez por todas que el reinado de Diego ha terminado. Nada podrá modificar su extraordinaria historia como jugador, su epicidad incuestionable, sus ocurrencias, su impertinencia, su brutal honestidad, sus tantas muertes  y sus tantas “recuperaciones”. 

Podemos dividir el mundo entre aquellos que aman y aquellos que odian a Maradona. Dentro del primer grupo está Lionel Messi.
 
Diego estaba destinado al déficit alimentario, no a ser Maradona. Lionel a ser tan alto como la pulga Quintanita. Pero quién sabe en realidad. Diego es un prócer nacional, adhiriendo a él uno se puede decir patriota e inflar el pecho. Con Lionel uno tiene el encantamiento de la perfección, pero de una perfección algo prestada, ya que no se formó acá como jugador. Esta y que aun no haya ganado un mundial con la selección son las dos patas fundamentales que los idiotas detractores usan en su contra, pero sólo para joder, porque no pueden disfrutar con libertad. Además, ¿qué dudas caben que este muchacho si le ponen 4 tipos de calidad a su alrededor, nos sacará campeones en Brasil? Sabella ya hizo su parte: le preguntó cómo y con quiénes quería jugar. Lo mismo que hizo Diego, lo mismo que hizo Batista (¡que está de pretemporada en Mardel con su equipo chino!), pero distinto, algo sabe.

Thomas Kuhn entendió que un paradigma es un conjunto de ideas  aprobadas y sostenidas por una generación o un grupo coherente de científicos (digamos personas) en determinado momento histórico. Y mientras esas ideas tienen adhesión y coherencia, tienen valor de verdad.  Pero los paradigmas tienen grietas, van perdiendo consenso y entran en crisis. Pero también  los paradigmas son inconmensurables, es decir que no son comparables entre sí. Futbolísticamente es poco fructífero trazar contrapuntos entre ambos, básicamente por el hecho de no haber sido contemporáneos. ¿Quién sabe si Di Stefano podría superar en un pique hoy a Schiavi? O si Sanfilippo podría cabecear entre Echeverria y Paparatto.

Quizás lo que este fútbol argentino necesite para ganar otro mundial es hacer, aunque sea comenzar, el duelo por Diego.
 
Quien ha matado simbólicamente al padre puede ir más allá, pero sirviéndose de él y en paz. Sin tragedia, con amor y agradecimiento, porque no hay padre más habilitante que aquel que entrega sus credenciales y pasa la posta. Y es un giro grupal, social, el que también se necesita para que Lionel nos haga ganar un mundial. Quizás no sea épico ser perfecto, cordial, amable y no estar metido en escándalos, es una versión más modesta y menos magnética para aquellos que congeniamos con la locura, los excesos y  le dejamos la moral a la Iglesia.
 
Sabemos gracias a un cuento de Borges, que entre dos inmortales no se dicen adiós. No estamos preparados, no tenemos la valentía, pero podemos empezar a hacer un como sí, hasta que finalmente suceda. Y ahí  el rey depuesto será aun más grande.
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El tren hacia el sur

En La invención de la soledad, Paul Auster cuenta que su padre, quien se había negado durante muchos años a vender la enorme casa familiar que habitaba (y así no tener que entregarle la mitad a su exmujer), murió cuando le faltaban tres semanas para finalmente mudarse a otra más pequeña.

La casa de toda la vida de los Auster, la enorme casa de los Auster. Cuando Paul llegó para hacerse cargo de la escena del drama, se sorprendió al ver que su padre prácticamente no había hecho casi ningún preparativo para marcharse.

“Los únicos preparativos que encontré en toda la casa fueron unas pocas cajas de libros, todos triviales (un atlas desactualizado, una introducción a la electrónica de hacía cincuenta años, una gramática del latín del bachillerato, viejos compendios de leyes). Eso era todo, no había cajas vacías aguardando que las llenaran, ni muebles para regalar o vender, ningún acuerdo con una compañía de mudanzas. Era como si no hubiera podido enfrentarse a ello. Había decidido morir, antes que vaciar la casa. La muerte era una evasión, la única huida legítima. Sin embargo, yo no podía escapar; había que ocuparse de todo y nadie más que yo podía hacerse cargo.”


Nadie está del todo preparado para mudarse. Por más que lo haya hecho muchas veces, se sorprenderá de la cantidad de objetos y cosas que viene arrastrando desde vaya uno a saber cuánto tiempo. Y las conserva ¿por qué motivo? ¿para usarlas cuándo? Si ya ha pasado su “vida útil", si ya no se encuentran en las condiciones en las que entraron en nuestra órbita.

Entonces quizás hay otro motivo por el que las conservamos: para no olvidar. Toda mudanza es una oportunidad tangible para favorecer el olvido. Toda mudanza nos abre los cajones, el placard y nos interroga: ¿qué vas a hacer con esto? Los objetos y las cosas tienen su brillo mientras nos importan, mientras son. ¿Cuál es el ancla que impide que tiremos esa remera? ¿Qué traslademos esa caja con papeles privados de gente que no está y ya desconocemos?

El fetiche de la mercancía, puede ser. Lacan decía que el psicótico lleva el objeto a en el bolsillo, que no se ha podido separar de él, de ahí que su pérdida llegue a ser tan desastrosa. El neurótico -represión mediante- lo puede llevar simbólicamente (#LTA).

Todas las cosas que conservamos, en el fondo, son por las dudas, no vaya a ser cosa que nos olvidemos quiénes fuimos, dónde estuvimos, quién nos quiso y ya nos olvidó.

Una mudanza es una oportunidad de ser valiente y hacer algún duelo. El genio de Freud lo enseñó en su clásico Recordar, repetir, reelaborar.

Una mudanza también puede ser hacer fuerza, trasladar muebles y pagarle a un fletero por hora. Pero hay que vaciar la casa. Elija usted.

Oh mi amor, yo quiero estar liviano.


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