Las cosas
La cosa. Das Ding.
El ombligo del sueño. El objeto petit a. La roca de la castración. El
psicoanálisis también ha tratado de nombrar lo que está por fuera del lenguaje.
Para Derrida no hay nada por fuera del texto, nada por fuera del lenguaje. ¿Es
posible pensar sin palabras? ¿Cómo salir del lenguaje, si todo es lenguaje? ¿O
acaso hay múltiples lenguajes y lo que cambia es la relación y la carne que se hace
con la gramática?
Lo real es, pero se ordena de diferentes maneras. La relación
con el lenguaje (y lo real) se ha normativizado a tal punto que las disciplinas
del encierro pueden lanzar sus garras y privar de la libertad a aquellos que lo
habitan de una manera radicalmente disidente.
A partir de los desarrollos estructuralistas franceses, pero
sobre todo desde Lacan, la fuerza del lenguaje como máquina con principios y
modos de funcionamientos reglados permitió darle mayor rigurosidad a la práctica
delicada de la clínica psicoanalítica, y fundamentalmente ayudó en su
transmisión. Foucault en Las palabras y las cosas sintetizó bellamente este
giro desde el paradigma biologicista: “una gramática de los signos ha
sustituido a una botánica de los síntomas”.
A partir del discurso de una persona podemos inferir su
estructura psíquica. A veces de manera inmediata, a veces se necesita mucho
tiempo. La locura se escucha, tiene su propio orden. Para Lacan por ejemplo, el
psicótico no puede metaforizar, está pegado a las cosas. La explicación es larguísima.
Hace unos días hubiese sido del cumpleaños de mi madre. Recuerdo
su aroma, sus pensamientos, sus palabras, su sonrisa. Pero está sucediendo algo
que siempre intuí: estoy comenzando a olvidar su voz. La voz en su materialidad
toda: el impacto del aire, el dulzor de su timbre, el estallido de su risa, el
aroma de sus símbolos. La voz es un objeto.
Así se entiende más fácilmente a las alucinaciones
(auditivas o visuales) como significantes que se han soltado de la cadena de
representaciones. Se autonomizan, se salen de la gramática. Y generalmente, se
medican. Nadie quiere a un dadaísta.
No hay lenguaje único. El lenguaje nos habita, somos hablados
por el lenguaje. Pero no somos totalmente dependientes. El lenguaje como
sistema abierto, como arma cargada de futuro nos permite rasgar la celosía de
lo dado y abrir líneas de fugas que permitan vivir en la diferencia, poetizando
la vida.
Si la libertad para expresarse alguna vez fue el objeto a
prohibir es porque la palabra puede subvertir a los sujetos, al orden
establecido, a plantear las preguntas incómodas. El poder teme la libertad. No
se dejen silenciar, tengan su lenguaje. No olviden su voz.
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