Algún día verás

Mientras lloro desconsolada e intermitentemente, recuerdo que muchas veces pensé que estábamos asistiendo a la sobrevida de Diego. Tantas veces se mató, tantas veces lo mataron. Nos repetían que había algunos –el “entorno”- que decidían por él, que lo tutelaban cual pobre, loco y ausente. Se me hace difícil pensar tal nivel de intromisión. Sí es verosímil entrever los grupos rotativos de inescrupulosos elegidos por el, renovando las esperanzas, excesos y negocios. 


Me gusta el Diego de Fiorito, irreverente, bardero, popular, amado por el pueblo y odiado por los poderosos. Me dolía ver al Diego cyborg, lento, abúlico, perdido, tomando la bebida del narco que le estaba exprimiendo sus últimos pesos. Me gusta el Diego revolucionario en todos lados, amado por los necesitados de amor, amantes del fútbol, pero mucho más. 


Hace poco lo escuché hablar sobre su mamá, y su hermano  lo repitió esta semana: que si ella viviera, arreglaría todo con dos gritos. Hay un fenómeno muy común, explicado antropológicamente, psicológicamente, hasta biológicamente, que cuando están sonando las campanas del final, nos volvemos otra vez niños. No puedo evitar sentir un paradójico alivio por el fin de su sufrimiento, y en sus propios términos, sonreír por el reencuentro con la Tota y Chitoro. 


Pienso en Dalma y en Giannina, y en todes sus hijes que conocimos hace poco y contengo las lágrimas. 


Elizabeth Roudinesco en su gran biografía sobre Freud, citando a Borges, dice que un hombre solo está verdaderamente muerto cuando muere a su vez el último hombre que lo ha conocido. 


Tenemos garantizada su inmortalidad mientras vivamos. 



2 comentarios:

Unknown | 25 de noviembre de 2020, 14:00

Muy buena reflexión!

JLO | 26 de noviembre de 2020, 7:28

Y por varias generaciones más.

Gracias por el texto. Saludos de un Maradoniano.

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