¿Un sentimiento prestado?


Los pasajes de avión, sacados con tiempo, me salen lo mismo que los de colectivo. Miles de kilómetros. Es ridículo, no tiene razón de ser esa equivalencia. 16 horas en un lado contra hora cuarenta del otro. Tomé el Costera en La Plata (“la” para los puristas), llevaba mi mochila con mi computadora y una valija de esas con rueditas demasiado grande para lo que llevaba dentro. Los transeúntes odian el ruido de las rueditas al frotarse contra las baldosas. Éramos sólo tres en el micro. Tenía tiempo y me indignaba la idea de pagar 30 pesos por un taxi una vez en Capital. El 45 era el camino. Bajé en Retiro y caminé hacia la parada, le pregunté a un panchero dónde paraba, estaba a unos pocos metros, los mapas son sencillos de seguir.

Llegué a la parada y no bien me dispuse a esperar fui abordado por dos muchachos de esos que encarnan el estereotipo del gorrita que te va a robar. Yo por mi lado seguramente encarnaba el del perejil al que algo le van a sacar. Seguro me veían como ese pichón que ve el tipo que lo tima en la feria a Homero junto a su hijo. Uno, estrábico, pocos dientes y haciéndose el cojonudo se me acercó y me pidió una moneda. Le dije que no, se acercó más, el otro a su izquierda, un poco más lejos cubría mi costado izquierdo. Le di un peso que sabía que tenía en el bolsillo. Me pidió más, dijo que su amigo (yo también lo era) recién se había levantado, que querían comprarse un pancho, le dije que tenía que viajar en colectivo, que necesitaba las monedas. Entonces con razón me pidió un billete. Miré a mi derecha y otras dos personas que también esperaban el 45 miraban para otro lado, indicando claramente que llegado el caso, no moverían un dedo.

La primera duda que había encontrado el amigo en mi reacción se había disipado, me había sacado el primer peso y no contento con eso, quería más. Su amigo le decía que se fueran, que ya estaba bien, pero no, el muchacho me miraba y se me acercó más y yo en lugar de retroceder me le acerqué también. Recordé a mi hermano hablando sobre comportamiento no verbal y de acciones que desencadenan las peleas. Traté de no ser “irrespetuoso”, le di otro peso y le dije que no le iba a dar nada más. Me volvió a pedir y yo a pesar de estar consciente de mi computadora, de mi equipaje, de mi indignación por tener cara de perejil, ese paso adelante y ese mirar al amigo y mirarlo a los ojos rompió la situación.

En el instante posterior pensé en todo lo que pienso, en la vulnerabilidad social, en que el problema está en la desigualdad, y en cómo uno puede llegar a poner el culo contra la pared por cosas materiales y en qué se yo. Durante el episodio que no fue un robo, me vi peleándome contra el que me apuraba, intuí que por cómo estaba no podría aguantar más que un golpe. Pero si yo alguna vez le pego a alguien estoy frito, ¿Qué podría esperar de los otros? La teoría encuentra su límite cuando hay que ponerle el cuerpo.

Finalmente el viaje me salió $3.25, diez veces más barato que el taxi, casi tres más que lo que sale el bondi. La moraleja podría ser que uno tiene que pagar cuando tiene que pagar, si no paga donde debe hacerlo, luego paga de más. Y no me refiere al dinero, que también es una forma de pagar. Me refiero a las decisiones, a hacer lo que uno tiene que hacer (¡nada más difícil!) sabiendo que no hay garantías sobre una acertada. Sólo después en retrospectiva quizás podremos saberlo, pero en el momento es el ejemplo –retoma- da Lacan sobre la bolsa o la vida. Si elijo la bolsa, pierdo ambas, si elijo la vida, pierdo la bolsa, pero me queda la vida, aunque cercenada.

No tiene solución, apenas la puede tener en la fantasía, pero uno de tanto pensarlo, pensarlo y pensarlo decide sin decidir, y buen día se despierta y se da cuenta de que se está haciendo un poco tarde. Yo entregué la pequeña bolsa, pagué con otras cosas que no fueron dinero, el no querer haber pagado un taxi, y salió más caro, porque en carne viva alguien no aceptó mi respuesta y me hizo decidir. La indignación fue más que algo de plata, hasta el punto de fantasear cagarlo a trompadas pero no porque tenía la mochila y la valija que me ataban a un mundo, sino porque lo estaba haciendo con la persona equivocada. Mi cara de gil a sus ojos, la paloma de la feria.

Luego en el viaje –no del 45- mientras leía “El acoso de las fantasías” de Slavoj Zizek, me encontré con esto:

“toda pertenencia a una sociedad involucra un punto paradójico en el cual al sujeto se le pide que acepte libremente, como el resultado de su propia elección, lo que le será de todos modos impuesto (todos debemos amar a nuestra patria, a nuestros padres…). Esta paradoja de elección (elegir libremente) de lo que es necesario, de fingir (mantener las apariencias) de que hay una libertad de elección aunque en realidad no haya tal, es estrictamente codependiente de la noción del gesto vacío, un gesto –una oferta- que está destinada a ser rechazada: lo que ofrece el gesto vacío es la posibilidad de elegir lo imposible, lo que invariablemente no ocurrirá… []¿Y no es parte de nuestros usos cotidianos algo similar?... []… imaginemos una situación más mundana: cuando, tras una feroz competencia con mi mejor amigo por un ascenso en el trabajo, gano, lo correcto es que me ofrezca retirarme para que el pueda recibirlo, y lo correcto para él es rechazar la oferta .de este modo, quizá, nuestra amistad pueda salvarse… lo que tenemos aquí es un intercambio simbólico en su forma más pura: un gesto hecho para ser rechazado; al final estamos nuevamente donde empezamos, el resultado de la operación no es cero, sino una clara ganancia para ambas partes, el pacto de la solidaridad.

Desde luego el problema es ¿qué pasa si la persona a quien se le hace el ofrecimiento para que lo rechace acepta? ¿Qué pasa si , tras ser vencido por mi amigo en la competencia, acepto su oferta de recibir el ascenso en su lugar? Una situación como ésta es propiamente catastrófica: causa la desintegración de la apariencia (de libertad de elección) que forma parte del orden social –sin embargo, puesto que, en este nivel, las cosas son en cierto modo lo que parecen, esta desintegración de la apariencia equivale a la desintegración de la sustancia social misma, la disolución del lazo social.”


Yo, que nunca me peleé de grande, consideré hacerlo con estos pibes y creo que eso fue lo que paradójicamente descomprimió la situación. No esperaban que un rubiecito se les plantara como un igual, seguramente con su pinta nadie los debe tratar como iguales. Y me espanto de pensar algunas cosas que pensé y de no encontrar las palabras que no me hagan sonar discriminador o careta. Dignidad. Respeto por el otro. Si alguien ha sido tratado como una basura, como deshecho toda su vida, lo más probable es que entienda a los demás de la misma manera, avance sin límites y no le importe casi nada. La inclusión es parte de la respuesta. La posibilidad de mayores grados para decidir aunque sepamos del gesto vacío. La posibilidad de no elegir entre morir de hambre y ser muerto de un tiro por un estatal.

La protección de (todos) los derechos de todos, ese ideal irrenunciable de la igualdad, que incluye que alguien esté dispuesto a cagarte a trompadas si te pasás de vivo.

5 comentarios:

Joakkin | 22 de marzo de 2010, 15:44

Yo pienso que plantarse y resistirse hasta un punto es respetarlo. Y es quizás lo que necesite para poder darse y vuelta y sentirse respetado, sin la concesión del miedo cotidiano que se le otorga, ese rótulo de "sos un negro cabeza".
Por otro lado, nunca se puede preveer lo que va a pasar; como bien decís, sólo se pueden tomar conclusiones en retrospectiva pero las decisiones uno las toma en "la chiquita". Y seguro ningún caso se repite. Si pudieras volver el tiempo atrás,¿cambiarías cosas? Si le hubieras dado 10 pesos desde el principio,¿dónde dicen las reglas que no te hubieran pedido más,con suerte,sino se abusaban de la perejilidad e intentaban tomar maleta,mochila y dignidad? También podrías haberlos mandado a volar desde un comienzo con firme gesto de no dar nada. Y es probable que ambas hubieran terminado en gresca.
Creo,en definitiva, que todo salió bien. Ahorraste el taxi, sano y salvo,y sólo por dos pesos. Es como los que te cobran el estacionamiento cerca de los estadios. Si su tarifa fuera 60 pesos, o lo pagás o te quedás sin auto. Es pensar que estás pagando por la seguridad que no te destrozen el vehículo o si vas lejos, los tenés que matar a piñas.
A mí me afanaron dos veces, una a punta de pistola. Ahí te disfrazás de corderito y entregás la bolsa. Otra dije que no y preparé la escena combativa. Perdí un poco de sangre de la boca, gané un poco de adrenalina y volví con la plata en el bolsillo. Son los riesgos que uno toma cuando vaga errante a plena noche por la ciudad vacía. A veces tomarte un taxi te sale más barato.

Lisandro Capdevila | 22 de marzo de 2010, 16:50

me gusta su hipótesis de qué es ser un igual, quien pueda darte una trompada. Pero seguramente cuando lo afanaron no pensó lo mismo, menos cuando te sacaron chocolate.
Yo me sentí un gil desde el principio, di lugar y después me la tuve que fumar.
Y me faltó decir oh error, que todo sucedió a las 3 de la tarde.

Joakkin | 22 de marzo de 2010, 20:24

Con la del chocolate me sentí un idiota, pero sigo pensando que cooperando la sacaba más cara. La otra no había opción.Pero la indignación siempre es factor común. Y siempre viene después.
En el momento la calma,luego dios sabe la sarta de pensamientos violentos que pasan por la cabecita. Y no sé si hay moraleja: pienso que el random es determinante en este tipo de situaciones, mucho más que una buena o mala decisión.
Y sí,la desigualdad es el corazón del asunto.

Ivanmarkus | 23 de marzo de 2010, 11:02

Es así,"la teoría encuentra su límite cuando hay que ponerle el cuerpo". Pero la cosa se pone mas complicada porque hay varias escuelas sobre el tema. A usted, muy ogro en lo suyo y fiel a su escuela, el per sáltum le salió solo 2 pesos(en términos estrictamente económicos).

Le confieso, pensé inexorable la solución violenta y esperaba en algun párrafo la descripción de la batalla. Pero tampoco se si felicitarlo, porque si bien es cierto que es un caso ejemplar, depende de tantos factores...Hace que todo lo que digamos aquí, no tenga mas que valor reflexivo y me ponga contento de su suerte.

Ya tendrá oportunidad de hacer desmanes y desquitarse cuando se vayan a la B.

Lamasput | 25 de marzo de 2010, 15:22

"La teoría encuentra su límite cuando hay que ponerle el cuerpo". Y después de ponerle el cuerpo cae Zizek a decirte que lo que intuiste él ya lo había publicado, qué vivo. Mas allá de eso, me quedo con lo humano del relato. Me reconforta pensar que tenés razón, y que en plantarte le devolviste lo humano a personas que muchas veces son negadas en su mínima entidad. Concuerdo, cuándo no, con tu planteo. La inclusión no debería ser una "libertad de elección", aunque he escuchado cosas así (en el famoso, por ejemplo, "en este país no trabaja el que no quiere").
Qué grandes, vos y Zizek.

Uf, me extendí.
Me voy..

(by the way, nos conocemos, claro que virtualmente. Solía tener un fotolog con nombre folklórico pero ahora me he vuelto más... qué se yo)

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