Tu casa ya no está
Paul Auster hizo de su biografía un género literario (A
salto de mata, La invención de la soledad, Diario de invierno). Tomo este atajo
para permitirme la auto referencia.
Por estos días cumpliría 100 años mi abuelo Juan. Un hombre
solo está verdaderamente muerto, decía Borges, cuando muere a su vez el último
hombre que lo ha conocido. Quizás quede solo un adulto que pueda dar testimonio
de quién era Juan. Pero como todo recuerdo es fragmentario y toda verdad una
ficción, prefiero reconstruirlo con mis retazos oídos, vistos e imaginados.
Hasta donde se, Juan no hizo nada de manera sistemática. No
tuvo estudios formales pero si varias pasiones, entre ellas el tango, la
hipocondría y las mujeres. Difícil decir cuál le gustaba más.
Nunca duró mucho en sus trabajos, aunque alternó entre el
correo, changas, administrativo en un laboratorio de una obra social (el paraíso
para un hipocondríaco), largos períodos de desempleo e internaciones
voluntarias de hidroterapias para calmar los nervios.
Era alto, delgado, de ojos claros y usaba gomina para
estirar sus rulos. Era un dandy sin plata que dependía muchas veces de sus
hermanos para parar la olla de su familia. Gracias a ellos mi madre y tío no
pasaron grandes privaciones. Por esa propiciación de la red próxima y de la
ciudad, pudieron alcanzar la educación universitaria y romper la inercia que la
historia les había puesto en su futuro.
Juan era cariñoso y amable con sus nietos, y según recuerdo
tenia buen humor mientras ninguna dolencia mortal lo aquejara.
Pero era su no-estar-ahí lo que lo caracterizaba: mientras que
su hermano pasaba a buscar a mi mamá por la facultad y la llevaba a comprar
libros, cuando él se la cruzaba con sus amigas, se hacía pasar por su tío para
poder coquetear con ellas.
Como nieto tuve pocos años de contacto con él, pero recuerdo
varias cosas. Se me vienen tres imágenes: una bolsita de red con bolitas chinas
de regalo, un truco que hacía con una pelotita de frontón sobre su muñeca, y su
voz saliendo de una habitación a oscuras
en el primero de tres períodos que vivió con nosotros, cantando bajito el tango
Percal: “la juventud se fue, tu casa ya no está…”. Yo tenía 6 años y ya estaba
familiarizado con la idea de lo siniestro y la melancolía.
Como personaje literario es muy rico (y estoy escatimando
información) pero no lo es tanto para tenerlo como padre. Pero cada persona es
un sistema complejo, contradictorio e impredecible. De él salió una mujer que
dedicó gran parte de su vida a ser lo opuesto y compensar todo los vacíos que él
fue. Y también uno de los diputados más jóvenes de Santa Fe. Alguna vez mi mamá
me confesó que trabajaba tanto porque le había quedado el miedo de todas las
veces que necesitó y no tuvo, por eso
cuando le decía que necesitaba una lapicera, me compraba dos, como un reflejo de posguerra.
Nadie que esté tan ensimismado puede darle mucho a los
demás. Y sus últimos años no fueron la
excepción. Recuerdo el sufrimiento de mi madre y los dolores de cabeza que Juan
le provocó. Supongo que no es fácil morirse, la libido intoxica.
No tengo nada material que haya sido de Juan, pero me
pregunto qué parte del software trasgeneracional del que estamos hechos, opera
y es eficaz tras nuestra conciencia. Porque el lenguaje es el código que
apretando los botones correctos trae a la pantalla esos flashes pictóricos,
esos aromas de Nesquik.
Porque el idioma de infancia es un secreto entre los dos, y
porque todavía hay gente viva que los ha conocido.
3 comentarios:
Bonito pedazo de bio y bonita prosa. Besote, sara.
Bonito pedazo de bio y bonita prosa. Besote, sara.
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