Todos tus olvidos
“Soy todos tus olvidos y de todos tus olvidos aparece mi alimento”
Miguel Abuelo
Miguel Abuelo
Sólo un canalla generaliza sobre las mujeres. El tra(zo)to se afina con el roce y casi no hay garantías para prever por dónde saldrá el tiro. Cuando uno cree haber conocido a alguien, siempre habrá un momento donde los papeles volarán y cual Marilyn Monroe; habrá que sostenerse contra el aire que empuja y amenaza con dejarnos desnudos. Algo tan incorpóreo como el aire, una palabra o una mirada pueden dejarnos así.
Recuerdo la noche que me di cuenta que ella había dejado de mirar hacia mi lado y se dirigía hacia cualquier otro (claro que para ella nunca sería uno cualquiera, todas sus elecciones tienen un camino bien arbolado). Sin embargo; no quise saber. Como canta Pablo Krantz en una de sus más bellas canciones titulada “El abominable hombre de cristal”, yo volvía a basar mis esperanzas en excursiones a su cama. Pero no sólo era su cama sino que eran sus días, sus mañanas, sus fobias y su instrumento, la forma de batir el café y sus manos de harina, el oleaje de su vientre contra mi pelvis y una sonrisa desmayada que resumía la filogénesis de la especie.
Puede llevar años darse cuenta que el tres no está contenido en el dos y que multiplicar por cero da siempre cero. Pero un día, sin saber bien cómo, el nudo se deshace y uno se encuentra un poco absorto, ridículo y avejentado. El tiempo asesino ha seguido su curso y uno tiene más marcas a las que darle sentido. Y es esa incesante autoconstrucción del yo por el yo donde la verdad individual se estructura como una ficción, así que bien puede ser cualquiera. Está hecha de lo que nos contaron, nos impusieron, nos violentaron, en definitiva lo que uno hace con lo que han hecho de uno.
Yo sabía que esa iba a ser la última noche en su casa. Un rato antes me había enterado que estaba de festejo por una fecha que de haberlo sabido me hubiese evitado ir hasta allá, el morbo no está entre mis líneas preferidas. Como ya estaba clareando esperé el Este un rato sin suerte -el color mostaza no me simpatiza- así que tomé un taxi. Me dormí sucio de placer y despedida.
Sólo sucedió. Es absurdo, es el mito de Sísifo, llevar la piedra (como los Magios) hasta arriba sólo para que caiga y la volvamos a subir. Lacan, no tan crípticamente dijo que sólo hay causa de lo que cojea, es decir de lo que no anda bien. Pero eso que lo haga mi biógrafo.
Simplemente ya no importa y no se siente nada, tampoco tiene mucho sentido. Atrás quedaron las cientos de páginas que escribí y le mandé por mail, por correo y le leí con distintos tonos de voces. Ignoro su destino y eso me reconforta. Simplemente a veces no se puede, no hay mayor lección, es tan sencillo que solemos negarlo, no hay nada más fuerte que un “no”.
No hay dónde terminar, que decir o cómo saber cuáles serán las consecuencias. Un día me senté atrás de ella en la facultad y le hablé. Años después ella trataba de disimular su llanto en mi cama. Visto de cerca no tiene sentido. Cursé una materia no obligatoria que casi no apruebo sólo para verla recuperar su aliento en el tercer piso.
Hoy no puedo evocar deliberadamente casi ningún recuerdo, la desmemoria no es para nada lo mismo que la represión o el olvido. Como dije en otro lugar –pero lo dijo Borges antes en un poema- de alguien sin saberlo ya nos hemos despedido para siempre, entonces dejemos que el titiritero artrósico haga de las suyas y que en la danza del ballet cósmico las calles se bifurquen a favor de la ironía.
Recuerdo la noche que me di cuenta que ella había dejado de mirar hacia mi lado y se dirigía hacia cualquier otro (claro que para ella nunca sería uno cualquiera, todas sus elecciones tienen un camino bien arbolado). Sin embargo; no quise saber. Como canta Pablo Krantz en una de sus más bellas canciones titulada “El abominable hombre de cristal”, yo volvía a basar mis esperanzas en excursiones a su cama. Pero no sólo era su cama sino que eran sus días, sus mañanas, sus fobias y su instrumento, la forma de batir el café y sus manos de harina, el oleaje de su vientre contra mi pelvis y una sonrisa desmayada que resumía la filogénesis de la especie.
Puede llevar años darse cuenta que el tres no está contenido en el dos y que multiplicar por cero da siempre cero. Pero un día, sin saber bien cómo, el nudo se deshace y uno se encuentra un poco absorto, ridículo y avejentado. El tiempo asesino ha seguido su curso y uno tiene más marcas a las que darle sentido. Y es esa incesante autoconstrucción del yo por el yo donde la verdad individual se estructura como una ficción, así que bien puede ser cualquiera. Está hecha de lo que nos contaron, nos impusieron, nos violentaron, en definitiva lo que uno hace con lo que han hecho de uno.
Yo sabía que esa iba a ser la última noche en su casa. Un rato antes me había enterado que estaba de festejo por una fecha que de haberlo sabido me hubiese evitado ir hasta allá, el morbo no está entre mis líneas preferidas. Como ya estaba clareando esperé el Este un rato sin suerte -el color mostaza no me simpatiza- así que tomé un taxi. Me dormí sucio de placer y despedida.
Sólo sucedió. Es absurdo, es el mito de Sísifo, llevar la piedra (como los Magios) hasta arriba sólo para que caiga y la volvamos a subir. Lacan, no tan crípticamente dijo que sólo hay causa de lo que cojea, es decir de lo que no anda bien. Pero eso que lo haga mi biógrafo.
Simplemente ya no importa y no se siente nada, tampoco tiene mucho sentido. Atrás quedaron las cientos de páginas que escribí y le mandé por mail, por correo y le leí con distintos tonos de voces. Ignoro su destino y eso me reconforta. Simplemente a veces no se puede, no hay mayor lección, es tan sencillo que solemos negarlo, no hay nada más fuerte que un “no”.
No hay dónde terminar, que decir o cómo saber cuáles serán las consecuencias. Un día me senté atrás de ella en la facultad y le hablé. Años después ella trataba de disimular su llanto en mi cama. Visto de cerca no tiene sentido. Cursé una materia no obligatoria que casi no apruebo sólo para verla recuperar su aliento en el tercer piso.
Hoy no puedo evocar deliberadamente casi ningún recuerdo, la desmemoria no es para nada lo mismo que la represión o el olvido. Como dije en otro lugar –pero lo dijo Borges antes en un poema- de alguien sin saberlo ya nos hemos despedido para siempre, entonces dejemos que el titiritero artrósico haga de las suyas y que en la danza del ballet cósmico las calles se bifurquen a favor de la ironía.
6 comentarios:
My God, la licenciatura le ha inyectado a las yemas de sus dedos una poesía que vislumbrábamos pero no lográbamos leer con tanta claridad.
El uso de "bifurcar" junto con el nombre del señor cuyo cuento así se títula es un guiño delicioso. Y pensar algo para luego confirmar que alguien como él lo ha dicho merece soberbio reconocimiento.
"El morbo no está entre mis líneas preferidas", ¿y cómo se denomina acaso querer ver a una chica llegando sudada y con la lengua afuera al maldito tercer piso de ese edificio? That's morbo, dude, no me jodan.
Los besos
"El oleaje de su vientre contra mi pelvis": Cacho Castaña pasa noches en vela ordenando su cofre de doradas alhajas en busca de una construcción similar, y pobre, termina con un "Cabalgando en mi vientre te quedabas dormido".
Y sí, el Este es el peor, yo como con todo, amo el Verde.
because her violet eyes shadow...
cleaning the pantry bro?
Lisandro, por el amor de Dios, mirá la cosa hermosa que escribiste, todo para levantarte minas =P
Hermos, todo demasiado hermoso.
Aldana
Brenda V me ganó de mano, pero no puedo sino decir: ¡qué poeta! Me gusta esta escritura más personal (aunque siempre con límites clarísimos, precisos, infranqueables en apariencia).
Eso de anotarse en una materia sólo para verla (llegar sin aliento) no sé si es morbo o qué, pero algo es.
¿"Sus fobias y su instrumento"? ¿Las fobias tienen instrumento?
Con lo del Este me quedé afuera. Será cuestión de capitalina, nomás.
Nunca entendí bien a esas parejas que se siguen viendo, curtiendo, escribiendo a pesar de que ya hubo un no. Pero yo sólo tuve (tengo) una pareja en mi vida y cuando hubo un no metido en el medio, también hubo un silencio absoluto durante varios meses... Igual ese silencio, de algún modo, se quebró para que hoy haya palabras.
Los mecanismos del olvido últimamente me intrigan y apasionan.
Todo muy bonito y, encima, aprendí una palabra nueva.
Chicas, son demasiado generosas, muchas gracias.
Sorteado eso, diré:
-No era que quería verla agitada, ella siempre llegaba así, sólo me bancaba la materia de días calurosos para verla dos horas, creo que fue la única vez que unas gotitas de sudor sobre un labio me parecieron tan tan sexies. Estaba "enamorado", tenía 19 años.
Te entiendo V, lo que habrás renegado en tus días de facultad!
-Aldana, me pillaste, en este mismo momento no me las puedo sacar de encima :)
-Sra: está limpito el nido.
-flor: este tono pseudo confesional no me gusta mucho para el blog, pero bueno, uno cada tanto. En cuanto a las fobias y su instrumento ahí no fui claro a propósito, pero me refería al instrumento musical que tocaba. Y si, las fobias más que instrumento, tienen objetos. El Este es un bondi de la ciudad sin mística.
Tengo que preguntar qué palabra aprendiste!
Amigo, me sacudiste.
Sé pocos pormenores de esta historia, que me llega como la historia de otros hombres que son a la vez el mismo. Es como saberla toda. El consuelo es de los tontos, en este caso.
Destinados a convertirnos en poetas, magos y arquitectos para complacer a la más maravillosa máquina sobre la faz de la Tierra, el fruto de nuestros esfuerzos parece divino pero nunca alcanza a hacerle sombra a esa belleza. Somos marionetas del amor -para tirar una que emparde al oleaje del vientre aunque sea en intención-.
"Cursé una materia no obligatoria que casi no apruebo sólo para verla recuperar su aliento en el tercer piso". Bellísimo. Lo hice también, y no sabe cuánto.
Padecí los caprichos, sufrí las miradas que van a morir a otra parte, supe siempre que el destino de lo que le escribía o le cantaba iba a ser un secreto imposible de descubrir para mi ego. Y seguí padeciendo, sufriendo, escribiendo y cantando gustoso. El morbo no es de los míos, pero cómo inspira.
Multiplicar por cero. A cada manotazo de ahogado le sigue un poco más de agua, y el aire llega tarde, cuando uno se da cuenta que la que le está haciendo respiración boca a boca es otra, y la historia se repite.
Aquí me detengo en la cita a los castigos, a Sísifo. Lo que aprendimos de los mitos y las divinidades -¡maldigo el ocaso del politeísmo!- es que no hay cosa más inútil que evitar caer en esas trampas, porque son efectivas hasta para reyes y dioses. Me detengo en Sísifo porque, justamente, todavía se discute el motivo de su castigo. Eso siempre me fascinó. Un tipo está condenado a la tarea más absurda y fatigante y nadie puede asegurar por qué. Kafka. Y el amor es un poco eso. O la mujer, porque el amor en algún punto se pierde y uno sigue obsesionado con el objeto del deseo, no ya con el deseo. ¿Por qué seguir apostando al padecimiento, al sufrimiento, a multiplicar por cero y todo con una sonrisa? Tal vez porque en el fondo de nuestros corazones creemos que al alcanzar la cima la piedra va a quedarse inmóvil.
Si no, visite Tandil. Los tandilenses admiraban una piedra que estaba siempre a punto de caer, y el motivo de admirarla era que nunca terminaba de caer. Cuando cayó, construyeron una falsa que aún se tambalea.
Usted y yo sabemos que no hay nada más fácil que quedarse mirando algo que tambalea.
Vuelvo a decir -ya parece que nos pusiéramos de acuerdo todos los que le escribimos este cuaderno- que su prosa es envidiable. Apuesto a que usted será su mejor biógrafo, y lo desafío a que redoble la apuesta haciendo de esto una cosa gigante. No le será complicado -hizo cosas más arduas por una mujer-.
Me pregunto por qué te hablo de usted. En esto caemos muchos, es que suena lindo.
No hay nada más fuerte que un no. Ojalá fuera ése el momento en el que nos despidiéramos para siempre, literalmente, de ese castigo y sus recuerdos, aun los buenos.
Después de Borges, cito a Lynch cambiando el género: Qué ganas de no verte nunca más, aunque me muera, hacerme de coraje y escapar por esa puerta, qué ganas de no verte nunca más y ser valiente, decirte que con ella estoy mejor, que me comprende [...] Qué ganas de no verte nunca más, te lo confieso: no pidas que me vuelva equivocar, no pidas eso... [...]
Lo peor, lo peor de todo, amigo, es que parece que uno se equivoca a propósito. El castigo ya está: estamos condenados a vivir repitiéndolo.
Por último, destacar de nuevo su certeza para las citas iniciales. Miguel Abuelo. Otro que también padeció lo mismo, a su manera.
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