El botón del pasillo
No logro acostumbrarme ni creo que lo haga. Si usted ha viajado o viaja en colectivo por Capital Federal –aunque en muchas otras ciudades sucede, pero su porcentaje de aparición desciende a medida que nos alejamos de la mencionada- podrá observar la siguiente y curiosa conducta: habiendo algunos asientos dobles libres, encontramos una sóla persona sentada del lado del pasillo, es decir, se encuentra obstaculizando el paso de quien quiera sentarse en el que está libre.
En general suele ser una persona que se considera asimismo como en la flor de su edad, que prescinde de utilizar su visión como herramienta para moverse entre los vivos y suele tener algún tipo de música en sus oidos, pero sobre todo, y contradiciendo lo que he dicho en primer lugar, su cara denota cólon irritado y rigidez facial. No hay diferencia entre géneros.
Los pasajeros más tímidos que quieren sentarse suelen ponerse al lado del piquetero y esperan con suerte dispar que éste considere moverse. Y existen dos opciones: los primerizos en estas avaras costumbres, aun no entrenados en las artes del amarrete, se paran y ceden el paso, los más viles insinúan correr sus piernas y soportan paradójicamente que un cuerpo extraño los toque de alguna manera.
Ahora, ¿A qué responde esta actitud de sinvergüenza? Mucho se ha hablado y discutido en las academias, lo sé, pero pensemos: ¿Un miedo atávico al desconocido? ¿Odio a la solidaridad? ¿Debilidad mental? ¿Cólon irritado? ¿Hijaputez? Quizás todas, ningunas y otras, la cuestión es que es indignante. No juzgamos al que estando con otro desconocido se pase a uno simple, siempre son preferibles nuestros olores aunque fétidos a los de otro. Tampoco me referiré a los parias que siendo aun jóvenes mozalbetes no ceden su posición de deposición por la noble postura de estar erguido abrazando un hierro.
Los viajes en colectivo tienen decenas de reglas implícitas, sólo hay que estar un poco atento y aprenderemos que la parte central suele ser un distribuidor, que hay que ir yendo hacia atrás para que pueda entrar un poco de más de gente y que aunque tengas a una persona muy cerca y casi puedas escuchar su ritmo cardíaco, no hay que mirarlo a los ojos porque o bien es el prólogo de un intercambio sexual o de puños, cuanto menos de un movimiento de cabeza ascendente-descendente inquisitivo.
Brota el amor y brota el odio. Hace poco regalé el libro “Omnibús” de Elvio Gandolfo, debería ver que aportes hay en el caso de la larga distancia, que es otro cantar. Quien, como quien les habla, haya viajado durante muchos años –por no decir toda la vida- tendrá cientos de anécdotas para contar.
Como siempre me sucede, me deslizo entre otras ideas, mi mano recorre la baranda manoseada y para mi sorpresa noto que la mayoría tiene distintos calzados y ya es el momento de bajarme y dejar que la extraña intimidad andante siga su siempre nuevo y monótono camino.
En general suele ser una persona que se considera asimismo como en la flor de su edad, que prescinde de utilizar su visión como herramienta para moverse entre los vivos y suele tener algún tipo de música en sus oidos, pero sobre todo, y contradiciendo lo que he dicho en primer lugar, su cara denota cólon irritado y rigidez facial. No hay diferencia entre géneros.
Los pasajeros más tímidos que quieren sentarse suelen ponerse al lado del piquetero y esperan con suerte dispar que éste considere moverse. Y existen dos opciones: los primerizos en estas avaras costumbres, aun no entrenados en las artes del amarrete, se paran y ceden el paso, los más viles insinúan correr sus piernas y soportan paradójicamente que un cuerpo extraño los toque de alguna manera.
Ahora, ¿A qué responde esta actitud de sinvergüenza? Mucho se ha hablado y discutido en las academias, lo sé, pero pensemos: ¿Un miedo atávico al desconocido? ¿Odio a la solidaridad? ¿Debilidad mental? ¿Cólon irritado? ¿Hijaputez? Quizás todas, ningunas y otras, la cuestión es que es indignante. No juzgamos al que estando con otro desconocido se pase a uno simple, siempre son preferibles nuestros olores aunque fétidos a los de otro. Tampoco me referiré a los parias que siendo aun jóvenes mozalbetes no ceden su posición de deposición por la noble postura de estar erguido abrazando un hierro.
Los viajes en colectivo tienen decenas de reglas implícitas, sólo hay que estar un poco atento y aprenderemos que la parte central suele ser un distribuidor, que hay que ir yendo hacia atrás para que pueda entrar un poco de más de gente y que aunque tengas a una persona muy cerca y casi puedas escuchar su ritmo cardíaco, no hay que mirarlo a los ojos porque o bien es el prólogo de un intercambio sexual o de puños, cuanto menos de un movimiento de cabeza ascendente-descendente inquisitivo.
Brota el amor y brota el odio. Hace poco regalé el libro “Omnibús” de Elvio Gandolfo, debería ver que aportes hay en el caso de la larga distancia, que es otro cantar. Quien, como quien les habla, haya viajado durante muchos años –por no decir toda la vida- tendrá cientos de anécdotas para contar.
Como siempre me sucede, me deslizo entre otras ideas, mi mano recorre la baranda manoseada y para mi sorpresa noto que la mayoría tiene distintos calzados y ya es el momento de bajarme y dejar que la extraña intimidad andante siga su siempre nuevo y monótono camino.
4 comentarios:
Para mí es constipación.
Me hizo acordar a Ómnibus, de Cortazar.
Y en tu pluma hay resabios de Arlt hoy.
He viajado mucho en micro, y los sigo haciendo... si micro, nada de colectivo o bondi (qué palabra tan fea!). Los viajes pueden ser buenos, muy bueno, malos o muy malos o pasar sin pena ni gloria... aunque los hay para el recuerdo. He llegado a la conclusión que será bueno o malo dependiendo del estado de ánimo en que uno se encuentre.
Si laburaste 8 hs., con 40º de calor, yendo y viniendo, tuviste un mal día laboral que empezó temprano y terminó tarde y al terminar la jornada te disponés a volver a casa y el micro se demora media horita o 20 minutos y encima lleno total, ¿cómo puede ser ese un buen viaje? si eso te pasa... y pasa, estás más allá del bien y del mal, querés subirte cerrar los ojos y despertarte en tú casa o bien morir.
Pero siguiendo con el mismo tema, pero hablando de "códigos entre pasajeros de micro", uno de ellos es dejar tu asiento a una mujer embarazada, a una persona muy mayor, una con niños en brazos...niños de 3 o 4 años para abajo, porque hay quienes suben con el hijo de 15 pirulos en brazos con tal de sentarse; o quizàs a alguna sra. con bolsos, bolsas o cajas en mano, esto último vá en cada uno. Peeeeeero; y aunque quizás me juzguen, quién no vió subir un viejito y estando realmente muy cansado se hizo el dormido para no pararse.... soy sincero, lo he hecho y luego me sentí mal, aunque al anciano le dieron un lugar debí haber sido yo quien lo hiciera. Pero en esta última cuestión me cabe una duda:¿por qué un joven de 27 años debe darle su lugar a uno de esos pasajeros que nombré arriba y una joven de la misma edad, supongamos, no? ¿el hombre tiene más fortaleza física para soportar parado un viaje de 15' que la mujer? ¿la mujer se cansa y el hombre no? ... Aunque yo venga de laburar todo el día y la chica (estamos suponiendo sobre algo que pasa) venga de pasear con una amiga, soy yo quién debe pararse y ceder su lugar y ella, solo por el hecho de ser mujer no? No soy agresivo, siempre cedo mi lugar, tengo mucha mala suerte al viajar en micro, pero siempre me generó una duda eso. se trata de machismo o caballerosidad?
En fin, debería recordar alguna anécdota, pero esto se hizo muy largo.
Saludos!!!
Aguafuertes platenses
flor, siempre tan amable.
Beto: recordar "un día de furia", quizás la mejor actuación de Douglas para responder a tu pregunta. Y lo otro, usos y costumbres que le dicen. Aunque pensar en caballerosidad me gusta más.
nwll: ojalá.
Publicar un comentario