No dejes que llueva

Así como existen cada vez menos jugadores de fútbol que puedan meter una pausa en la vorágine de los partidos, una disonancia, mismo panorama sucede en la calle cuando una lluvia de mediana a fuerte cae. Todos caminan presurosos como si en lugar de agua cayera fuego, los hombros levantados, el cuello desaparecido y las vehementes pisadas salpicando con las baldosas.

Pero si uno hace la pausa riquelmeana, un abanico se abre a los costados, como si los volantes y los laterales pasaran al ataque. Y algo de eso hay: el desborde y la prisa, como si hubiera algún lugar donde ir. El que puede hacer la pausa ve otras cosas. Los jugadores se dividen al menos en dos: los que tienen paraguas y los que no (y los que tienen más o menos prisa, el estado físico influye). Los que tienen paraguas a su vez se subdividen entre los que tienen uno obscenamente grande, donde caben al menos tres personas y suelen llevar la marca de alguna empresa que los regaló, más cercanos a una sombrilla.

Tenemos el punto intermedio, esos paraguas que además de su función son una prenda de ropa: elegantes, firmes y de la medida exacta, que cuando se pierden uno realmente lo lamenta, como cuando un empresario en connivencia con un padre inescrupuloso se llevan al exterior un juvenil con la patria potestad. 

Finalmente tenemos el paraguas barato, débil, reemplazable y traicionero. Sus cuerpos muertos abundan en las calles los días tremendos de lluvia. Antes de eso, se dieron vuelta al primer viento, ante el primer cambio de frente se salió uno de los alambrecitos que tensos, mantienen la débil estructura. Son los que se lesionan en la entrada en calor.

Quizás en nuestra pausa también podamos ver a la rara avis de la pelea por guarecerse: los que no llevan nada y parece no importarles. Suave como la piel de un rostro descansado, los iniestas caminan como si nada ocurriese a su alrededor, y de verdad, ¡nada ocurre!, ¿cómo alterarse por un poco de agua? Panorama, vuelta de empezar, el rival dejará huecos porque también se mueve.

Siempre me pregunté si no habría alguna relación directa entre los cambios de humor según el clima y cierta ausencia de cierta vida interna.

Entre el grito de las gotas y los árboles agradecidos, una ciudad se come las piernas de los apurados  y una mujer se detiene a contemplar al que la tiene bajo la suela mientras los demás miran hacia arriba esperándola.

4 comentarios:

El anacoreta | 20 de julio de 2010, 16:38

yo claramente me ubico entre los iniestas. ¿Por que correr si total uno ya esta mojado? Nada mas lindo que ponerse a chapotear bajo la lluvia, como si fuera una pelicula italiana. Habria que abolir el uso del paraguas, y especialmente la venta de paraguas truchos que venden los oportunistas en las esquinas...

flor | 21 de julio de 2010, 7:42

me gustan sus aguafuertes.

el otro día pensé que deberían otorgarse licencias para portar paraguas.

yo soy del equipo de los que no usan paraguas. mi metro cincuenta y tres podría lastimar.

Lisandro Capdevila | 22 de julio de 2010, 16:53

es verdad que los paraguas son un peligro, el otro dia un gil con una de esas sombrillas le tiró el paraguas a dos chicas. como tactica de seducción es dudosa.
recuerdo tus historias de lluvias de verano flor! y los cambios de ropa en lugares raros.

Joakkin | 23 de julio de 2010, 7:07

Tu mejor post. Saludos de un riquelmista.

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