Las ideas de la noche


"Life is a tragedy when seen in close-up, but a comedy in long-shot."
C.Chaplin

Recuerdo que cuando tenía unos 12 años –un poco más, un poco menos- estaba enamorado –es la palabra, lisa y llana- de Virginia, una chica que jugaba al básquet en el mismo club que yo. Conocía su nombre, su edad, el colegio al que iba y dónde vivía. No teníamos amigos en común ni posibilidad de cruzarnos. Vivía muy lejos de su casa y mis actividades no se tocaban nunca con las de ellas, no había chance. Así viví malamente algunos meses en los que sólo podía verla si tenía suerte en el club (entrenaban los días que nosotros no) o de pasada en el auto.

Por ese entonces el destino me hizo un guiño: un familiar de ella compró la casa de junto a la mía. Nos habíamos mudado hacía poco y todavía no estaban hechos los paredones que dividían los terrenos, así que una tarde la vi a través de unas maderas grises, era Tom Sawyer pero sin valentía. Recuerdo su pálida piel, sus pecas, sus mil dientes y la verdad que no mucho más. Hoy no podría reconocerla fuera de contexto –y no justamente la cancha de básquet-.

Ese amor cortés, el amor distante, no realizado, se nutría de pequeños gestos y tímidas conversaciones, todas ocasionales y banales. No recuerdo cómo se deshizo el amor nunca confesado, pero un día no la vi más a Virginia –el inconsciente escribe bien, nada mejor que buscarse una virgen para no acercarse- y seguí como si nada. Tiempo después tuve una novia muy parecida.

Por aquel entonces, ese pelilargo pre adolescente que era, acuñó en la soledad del barrio entre ciudades, una categoría que denominó: “las impracticables ideas de la noche”. Su nombre es transparente. Me recuerdo pensando estratagemas para acercarme a ella, encontrando las palabras precisas para declararle mi amor a esa desconocida (las primerísimas novelas de amor me hacían efecto, junto a la negación de la homeopatía: las tormentosas flores del mal del loco francés) en un momento determinado, palabras en hojas Rivadavia, esas a las que no me importaba no ponerles ojalillos.

A la noche era posible, después de algunos pensamientos encontrados –el campo donde todo sucedía- uno podía encontrarse con la respuesta mágica a esa situación, ¡claro! ¡Eso era! Buscarla a la salida del colegio por ejemplo. Pero no, vivía muy lejos para eso. Impracticable. Posible, pero la luz día minaba todo impulso de valentía, las cartas escritas. La luz del día hacía polvo lo pensado la noche anterior.

Hace unos días, en la habitación a la que voy una vez por semana, recordé una perlita asociada a este recuerdo, y fue este sueño –que luego sería fantasía-: en una calle que yo transitaba casi todos los días, una calle larga y poco concurrida, a ella le sucedía algo malo, un robo, un forcejeo, algo contra su voluntad, y yo, único presente podía ayudarla y de esa manera conquistar la mirada de su corazón. La fantasía ciertamente tiene una pata en la realidad, pero no las dos. El fin anhelado era para mí, mi deseo, para que sucediera, ella debía sufrir una pequeña tragedia, algo desagradable que nos terminaría uniendo.

El inconsciente escribe bien.

Afortunadamente para todos, no tengo más recuerdos sobre esa época de aquel amor nonato, no supe más nada de ella durante mi adolescencia, ni nada después. En este preciso momento como experimento puse su nombre en facebook y ahí está esperando: sigue linda y al menos no tiene una foto de un bebé en su perfil.

Todo este largo prólogo innecesariamente personal –luego se lo puede hacer con los propios pacientes- fue para comentar esta idea que fue discutida en otra habitación a la que voy más espaciadamente: ¿Por qué aunque estemos felices, lloramos en un nacimiento, en un casamiento, en el primer día del hijo en la primaria? La respuesta que dio Isidoro fue: porque “si todo va bien, ha nacido el que llevará tu cajón”.

Todos son momentos, actos, donde se deja de ser algo y se pasa a ser otra cosa, ya no se es más el mismo, hay una pérdida que no es necesariamente déficit, la flecha del tiempo de Bios va para un solo lado, se angosta y al final una buena tragedia no está tan mal, se transforma en un clásico.

Y los clásicos duran más que el tiempo que conocemos.

9 comentarios:

Juan Antonio | 4 de mayo de 2010, 8:14

GENIAL. El inconsciente no es el único que escribe bien.
Onanismo al margen, me confieso parte de la misma historia. Habría que ver si el descubrimiento del amor no es siempre trágico, si la poesía no aflora siempre como señal de los amores venideros, aunque uno termine siendo poeta o recolector de residuos.
Es tan cruel el primer amor que siempre termina en la muerte. Todos arrastramos ese muerto desde entonces. Mariana me dijo que no la misma noche que le dijo que sí al pibe más canchero que vi en toda mi vida. Me lo dijo sentados en hamacas, para que el recuerdo de que fue el primer amor quedara asentado en su etapa correspondiente. Lloraba a mares, yo. Ella se reía. Claro, era muy fácil si no le gustaba el que iba casi arrastrado a pedirle un beso -o la vida eterna, que es lo que desde entonces prometo-.
Tiempo después la vi llorar. El pibe más canchero la había dejado por la piba más canchera. No puedo evitar recordar que eso me curó un poco. No sólo había descubierto el amor, el dolor y la muerte, sino que había descubierto la venganza que da el tiempo sin que uno haga nada.
Hace meses que estoy tratando de recordar el apellido de Mariana. Era tan fácil en ese entonces -su nombre y su apellido eran ella-, que me resulta extraño haberlo olvidado. Sin dudas, ahora que lo pienso, es un mecanismo de superación.
Olvido detalles de mis ex para olvidarlas. No retengo los nombres de sus padres, no retengo sus números de teléfono ni sus fechas de cumpleaños, no retengo casi nada para dejarlas ir. Sin embargo quiero ver a Mariana y ya ni puedo traerla... el amor desalmado de las hamacas vuelve a por su venganza. Entonces parece que sigue doliendo. Eso sí que es amor.

flor | 4 de mayo de 2010, 12:26

me gusta cuando mostrás.

anoche escribí sobre un amor no confesado. escribí:

Él tenía esos jeans
acampanados cuando me hizo
volar por primera vez.

Joakkin | 4 de mayo de 2010, 16:29

Seguro que ella era base.

http://www.youtube.com/watch?v=ndWD_fby9SQ

Las despedidas son esos dolores dulces.

Todo bien, todo legal | 5 de mayo de 2010, 6:12

Che, cuando se mudó la virginia al lado de tu casa, ¿Qué hacías cuando ella estaba en el terreno lindante?

A-Demostrabas tus habilidades deportivas tirando triples.
B-Te ponías a hacer jueguito
C-La puteabas a tu vieja para demostrar que ya eras un pibe grande, ideal para ella.
D-Te ponías la remera de Central y comenzabas a tocar el bombo.
E-Ninguna de las anteriores. Cuando ella salía vos entrabas a tu casa.

Lisandro Capdevila | 5 de mayo de 2010, 7:16

J: el amor tiene la tragedia en la manga.
que cruel esta mariana! la historia con la máslinda tiene otro capítulo. Y si, verla caída reconforta, para que mentir.
Y el nombre olvidada, en realidad está bajo los efectos de otro mecanismo, uno tan raro a veces que te puede mandar el apellido a la panza. Ya volverá aunque no quieras, cuando no lo esperes.

f: gracias, pero me da un poco de cosa.

Jk: a esa edad/altura todas se parecen, pero creo que jugaba de 2, tiraba desde muy atrás y hacía un saltito hacia delante. curioso tiro.

a: no se mudó ella, se mudó un tio creo. Pero la respuesta es: la E y por mi cabeza iba D.

Joakkin | 5 de mayo de 2010, 12:59

Como la dormilona de Sam Perkins

Ivanmarkus | 5 de mayo de 2010, 20:41

Me encantó. En este momento estoy pensando(después de pensar varias cosas que decidí no escribir) que la noche(sus ideas) funciona en cierto grado, como el alcohol. Ahora no me suena a casualidad la histórica relación entre ambos."La noche nunca muestra toda la verdad" dicen los Adicta. Las ideas de la noche.

El sol es un verdugo implacable.

Y mi equipo es grande y (ahora) pelea promociones.

Anónimo | 10 de mayo de 2010, 12:54

quebuto

Lisandro Capdevila | 11 de mayo de 2010, 20:48

Que grande la dormilona de Perkins, y que trío cuando Kempo no se había dedicado a la buena vida, junto a Payton! Me emocionan.

IV: gracias por recordarme la frase. Ojalá nunca más haya que hacerlo.

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