Aquel baúl que atesorabas



No se puede dialogar con el dolor físico decía Ciorán en uno de sus aforismos de “Ese maldito yo”. Voy a intentar contradecirlo a pesar de mi fiebre. No quiero imaginarme lo que debe ser tener algo realmente grave, algo donde ese barco con un solo tripulante amenace con venir a segar lo que otros sembraron.

Hay canciones y discos que quedan asociados a momentos de la vida de uno por los motivos que sean. Luego, cada vez que suenen los primeros acordes o reconozcamos la melodía, ese recuerdo estará mucho más cerca que otros, no tanto por su fuerza sino por el lugar que ocupa.

A veces no sabemos por qué nos acordamos de algunas cosas y necesitamos una pequeña reconstrucción, una limpieza del camino de asociaciones, otras no lo sabremos jamás. Ayer mientras volvía en el micro de capital y trataba de mantener una charla animada con un par de colegas (me da impresión la palabra, pero es la que más justicia le hace a la relación que tengo con ellos) recordé dos canciones de una ignota banda argentina que pasó casi desapercibida cuando estaba en vida. La lluvia golpeaba el vidrio, mi garganta ardía y apenas podía tragar, el olor a baño nos buscaba desde atrás.

Fue en el año 2003 si mal no recuerdo, en un outlet en el Malvinas cuando los vimos por primera vez a los Subsole, cerca de las 4 de la tarde. Había muy poca gente a esa hora y sus desesperadas y lúgubres letras nos encandilaron y compramos su disco. Luego caminando de regreso por 51, sin saberlo detrás de ellos, escuchamos que comentaban incrédulos que habían vendido un disco.

Pero las dos canciones que recordé no estaban en su disco debut, sino en un ep que sacaron después llamado “pasatiempo” (click para descargar) que tiene un par de reversiones de canciones y estas dos maravillas que adjuntaré. Un vuelo poético quizás nunca alcanzado por ninguna otra banda que pueda llegar a ser puesta bajo la cada vez menos representativa etiqueta del “indie”. Oscuridad, gritos y soledad, como Don Cornelio sin pero sin cocaína y sin amplificación. No supe más nada de ellos, seguro implosionaron por el propio peso de lo que tenían entre manos.


NO QUIERO

No quiero saber de tu antiguos amores / nombres que ya son del tiempo / espejos retrovisores.
No quiero saber quién te robó la risa / no tengo prisa en conocer /al inventor de la ceniza.
Tantas veces juramos un último encuentro / y nunca pasa mucho tiempo / hasta volvernos a encontrar.
No quiero explicar / ni quiero hablar de lo que siento/ quiero que mientas y me digas
que me crees cuando te miento.
Suele ocurrir / inoportuno son los años /no se por que empeñamos /en esta procesión de daño.
Y cada vez / Es más triste este cuento /Es más oscuro nuestro invierno / Y queda menos que decir.


Y la fílmica:

DISTANCIA

Yo vigilé aquel baúl que atesorabas / vacilé con timidez ante tu diario
me rendí maravillado a tu anorexia / al desorden voraz de tus horarios.
Me desperté una mañana entre tus vicios /me abracé a tus caprichos insolentes
cuando quise volver a ser el que había sido /algo se había perdido para siempre.
Ahora queres saber cuanto queda entre nosotros / distancia es todo lo que hay
entre nosotros.
En la ventana se insinúa la mañana / Los vecinos se despiertan
afuera aclara / entonces te preguntas / ¿acaso es demasiado tarde?
no siempre es recomendable / Darle tiempo al tiempo.
ahora querés saber cuanto queda entre nosotros
distancia es todo lo que hay / entre nosotros.



La belleza puede manifestarse de muchas formas, es sabido. Mi recuerdo de estas canciones fue feliz, nada melancólico, quizás porque mientras intentaba dialogar con mi cuerpo no podía, la fiebre piqueteando los hilos. Como sea, ¿cómo no conmoverse ante una declaración de rendirse maravillado a su anorexia, al desorden voraz de sus horarios?

Las transformaciones de la angustia. Si alguien se angustió le dejo una sugerencia gratis sin pagar la consulta, aunque llevarlo a la práctica sea difícil: la mejor vacuna es desear. Contra la angustia, deseo.

3 comentarios:

Noti Anajou | 16 de junio de 2010, 14:02

"Dime lo que temes y te diré lo que deseas", dice esa cita sin dueño que bien define la ligazón de lo que nos provoca miedo y lo que nos gustaría.
¿Cuántos baúles habremos custodiado (propios y ajenos) hasta que el paso del tiempo dejara paso a nuevos baúles (ajenos, y propios)? Cambiar un amor por otro, por ejemplo. Maravillados ante el amor que después provoca risa, o no dándole importancia al amor que después provoca el dolor de ya no ser. Ahí empezamos a definir la palabra tiempo, la palabra pasado, sin dudas.
Hoy no estoy inspirado, así que no la sigo porque no estoy diciendo nada. Pero me quedé pensando en lo del desorden de los horarios. Yo soy un obsesivo de los horarios, como de muchas otras cosas. Y caigo en la cuenta, ahora, de que todas mis mujeres (no son muchas, me caben en la mitad de los dedos de una mano) eran terriblemente espantosas con el tema horarios. Y yo custodiando ese baúl, sin embargo... Dime lo que temes y te diré lo que deseas.

flor | 16 de junio de 2010, 14:38

viste lo que escribió el viejo Sigmund en Psicopatología de la vida cotidiana (lo saco de contexto un poco): "quien quiera tomarse el trabajo, como lo han hecho Jung y Maeder, de reparar en las melodías que uno canturrea entre sí sin proponérselo, y a menudo sin notarlo, podrá descubrir que su texto se vincula de manera asaz regular con un tema que da quehacer a la persona".

Y, ¿si es el deseo angustia? ¿Puede angustiar el deseo?

Lisandro Capdevila | 17 de junio de 2010, 11:33

J: gran parte va por ahi, seguro. su lado b sería la de tener cuidado qué se desea, porque se puede realizar. otra sin dueño.
yo custodíe un par

F: je, estás con esos libros delante tuyo o tenías la cita apartada?
y me hice el canchero y tu pregunta bien simple tiene una respuesta larga. Pero si, el deseo puede angustiar, claro, pero la angustia que paraliza y no nos deja ver que lugar tenemos para el otro, se va deseando un poco uno.

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