El homenaje demorado

Hace ya varios meses, nos encontrábamos con la señorita B. en una plaza céntrica de la ciudad. Antes de entrar a ver la exposición de dibujos de Dalí, la señorita B. insistía fervientemente que antes de entrar, debía entablar contacto físico y espiritual con Mc Onion. Así que sacó de su cartera una aún más pequeña que contenía el cuerpo de Mc Onion. Paranoica como es, no estaba segura de dónde debía darle fuego a esa seda. Le dije que yo le avisaría si alguien venía. Habiendo dicho eso, la señorita B. comenzó a relacionarse con su religión. Unos segundos después, de entre unos arbustos salen dos bici policías, yo los veo venir y disimuladamente le digo: “la cana” mientras abría grandes los ojos y hacía un gesto pendular con mi cabeza. En ese momento ella se sacó la ostia de la boca y la puso en su mano, cerrando su puño y consumiendo de esa manera el fuego. Yo que tenía una cámara de fotos en la mano, me le acerqué y farfullé algunas cosas haciendo como que algo muy importante sucedía. Los polis pasaron por al lado y no dijeron nada. La señorita B. tuvo un breve ataque de nervios y la escuché decir muchas hipérboles y palabras relacionadas con la Justicia.

Un poco más calmada (y con su mano ampollada) nos dirigimos al edificio que tenía la muestra e intentamos pagar menos de lo que debíamos, pero como no teníamos las credenciales que nos acreditaran como estudiantes o jubilados, pagamos como gente común. La muestra en general era medio mala, salvo por unos dibujos geniales y algunas frases. A la salida vimos que en otra sala había una exposición de un pintor argentino que no recuerdo el nombre, que estaba buenísima y nos puso de buen humor.

Esa noche le dije a la señorita B. que ese gesto de varón ante los polis había sido muy seductor y que se había ganado mi respeto por bastante tiempo.

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