Mashenka (Nabokov)
Ganin decía que sólo podía enamorarse de una mujer que tuviese un nombre con mucho cuerpo, y “Mashenka” sonaba robusto. Ganin estaba viviendo exilado en una pensión de Alemania, atrás había dejado su Rusia natal. El exilado por la fuerza desarrolla una melancolía sin precedentes. Ganin la sufría y también la sufría en inversa: extrañaba los lugares que aún no conocía, por eso quizás viajaba constantemente. En la pensión vivía con otros rusos en igual condición, uno de ellos un ex laureado poeta que esperaba la visita de su mujer para el sábado. Hablando con este sujeto al que Ganin despreciaba, se da cuenta que la mujer que está por venir es Mashenka, su amor de adolescencia, su amor de un verano de campamento en el que creyó amarla como a nadie. Siguió viéndola por algunos años pero se enamoraba y desenamoraba constante sin mediar mucha explicación. Mashenka le escribía al frente de batalla y la reciprocidad de las cartas lo hacían mantenerse vital. Mashenka hubiese dado su vida por él, pero éste a su regreso ya no la quería. Luego pasaron muchos años sin comunicación y Ganin (que era un Casanovas) cuando pensaba en la corporeidad del amor, sólo podía remitirlo a ella. Pero cuando estaba con ella de golpe sentía que no era ella la indicada.
Ahora en Alemania, tras la noticia de su venida, no entendía cómo podía haber dejado de ver a Mashenka, cómo había perdido su tiempo deambulando con pasaportes falsos por Europa buscándose en pensiones de mala muerte, teniendo novias que detestaba. En la madrugada del sábado, los bailarines que vivían en la pensión organizaron una fiesta para celebrar la llegada de la mujer del poeta y la ida de Ganin (que la había anunciado unos días antes). Ganin se ocupó de que el emocionado marido se emborrachara y lo puso a dormir, no sin antes ponerle el despertador a las 11 de mañana (ella llegaba a las 8). Ya todos durmiendo, Ganin con el pecho inflado de futuro se dirigió con sus maletas a la estación de trenes para esperarla, pero todavía faltaba una hora y media, mientras tanto se entretenía viendo a los obreros de la construcción pasarse los ladrillos volando, la regularidad de ese proceso le daba una curiosa calma. “El amarillo andamiaje de madera estaba mucho más vivo que el más vivo de los sueños centrados en el pasado. Mientras Ganin contemplaba el esqueleto del tejado en el etéreo cielo, comprendió con implacable claridad que sus relaciones con Mashenka habían terminado para siempre. Habían durado cuatro días, cuatro días que quizás habían sido los más felices de su vida. Pero ahora que sus recuerdos se habían acabado, se sentía saciados de ellos, y la imagen de Mashenka, juntamente con la del poeta agonizante, quedaba ya encerrada en aquella morada de fantasmas que, ahora, también se había convertido en recuerdo. Salvo en esta imagen, Mashenka no existía ni podía existir.”
Ganin esperó que el tren cruzara su posición, se levantó, se tomó un taxi y se fue al otro extremo de la ciudad para irse en sentido opuesto al de Mashenka, gastó un cuarto de toda la plata que le quedaba en ese pasaje y con agradable excitación pensaba que cruzaría la frontera sin necesidad de visa, Francia y el mar lo esperaban.
Ahora en Alemania, tras la noticia de su venida, no entendía cómo podía haber dejado de ver a Mashenka, cómo había perdido su tiempo deambulando con pasaportes falsos por Europa buscándose en pensiones de mala muerte, teniendo novias que detestaba. En la madrugada del sábado, los bailarines que vivían en la pensión organizaron una fiesta para celebrar la llegada de la mujer del poeta y la ida de Ganin (que la había anunciado unos días antes). Ganin se ocupó de que el emocionado marido se emborrachara y lo puso a dormir, no sin antes ponerle el despertador a las 11 de mañana (ella llegaba a las 8). Ya todos durmiendo, Ganin con el pecho inflado de futuro se dirigió con sus maletas a la estación de trenes para esperarla, pero todavía faltaba una hora y media, mientras tanto se entretenía viendo a los obreros de la construcción pasarse los ladrillos volando, la regularidad de ese proceso le daba una curiosa calma. “El amarillo andamiaje de madera estaba mucho más vivo que el más vivo de los sueños centrados en el pasado. Mientras Ganin contemplaba el esqueleto del tejado en el etéreo cielo, comprendió con implacable claridad que sus relaciones con Mashenka habían terminado para siempre. Habían durado cuatro días, cuatro días que quizás habían sido los más felices de su vida. Pero ahora que sus recuerdos se habían acabado, se sentía saciados de ellos, y la imagen de Mashenka, juntamente con la del poeta agonizante, quedaba ya encerrada en aquella morada de fantasmas que, ahora, también se había convertido en recuerdo. Salvo en esta imagen, Mashenka no existía ni podía existir.”
Ganin esperó que el tren cruzara su posición, se levantó, se tomó un taxi y se fue al otro extremo de la ciudad para irse en sentido opuesto al de Mashenka, gastó un cuarto de toda la plata que le quedaba en ese pasaje y con agradable excitación pensaba que cruzaría la frontera sin necesidad de visa, Francia y el mar lo esperaban.
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